sábado, 15 de febrero de 2014

José Peralta y el Socialismo I



EL PROBLEMA SOCIAL

(Artículo publicado en la segunda mitad de los años veinte en algún periódico del país, tomado del manuscrito que reposa en el archivo del Dr. Peralta)

I
                ¿Qué pienso yo acerca de las marcadas tendencias socialistas en el Ecuador? Voy a contestar esta pregunta, que se ha servido dirigirme un respetable hombre público, pidiéndome que exprese mi  opinión por la prensa. Vasto es el tema, y habría que estudiarlo en todas sus fases; pero me es forzoso tratarlo someramente, en atención a lo limitado de las columnas de un diario.
                El socialismo es un efecto necesario de la diversa condición de los asociados, absurdamente establecida por los vicios de organización en las agrupaciones humanas. Es una consecuencia lógica de la lucha por la existencia: surge fatalmente de la concurrencia vital, de ese encarnizado combate que sostienen entre sí todos los seres de la creación, disputándose los medios de prolongar su vida a expensas de los demás; combate en el que siempre sucumbe el débil, al cual devora el más fuerte, sin vacilaciones ni misericordia. En la concurrencia vital humana, los vencidos y devorados, los que la fuerza destina al sacrificio, no son otros que los pequeños capitales, la actividad asalariada, el trabajo del proletario, el esfuerzo empleado en el taller o la gleba, el sudor que riega el yunque o el surco de la tierra, a cambio de un bocado de pan.
                La injusticia del Estado y la tiranía del capitalismo, son los que generan, desarrollan y robustecen las ideas socialistas; las que, día por día –sin darse cuenta de su obra suicida- socavan los cimientos de la vetusta sociedad, que a la postre se derrumba con estrépito, sobre lagos de sangre y entre las llamaradas del incendio.
                El Estado –especialmente en países como el nuestro, donde gobernantes y legisladores obran sin previsión y a oscuras- el trabajo de zapa es más activo y destructor; y, por lo mismo, se siente más cercana la hora de la catástrofe. Los que nos preocupamos con la suerte futura de la nación, vemos con profundo pesar este desatentado anhelo de regresión a los más absurdos y caducos sistemas económicos que, de pocos años a esta parte, domina en nuestros gobiernos y legislaturas, anhelo insensato que nos está arrastrando al pauperismo y la miseria.
                Olvidados por completo los principios de Justicia y las máximas de la Ciencia, el sistema tributario no reconoce en el Ecuador, otra base ni rumbo que el más burdo empirismo y el ansia de gravarlo todo; de secar en su fuente la riqueza con el impuesto antieconómico y arbitrario; de matar las industrias agobiándolas con  innumerables trabas; de esclavizar la Agricultura con los estancos y los monopolios, como en los tiempos coloniales; de tornar estéril la actividad productora, estableciendo así, una lucha sin cuartel, entre el trabajo que genera la  prosperidad pública, y las contribuciones sin límites, con que el gobierno llena sus necesidades siempre y siempre crecientes. Los pequeños capitales, protegidos acuciosamente por los gobernantes sabios; la industria nueva que reclama el amparo especial del poder público, para convertirse en manantial de riqueza; el taller, albergue inviolable de trabajo en las naciones progresistas; hasta el pegujal del indio infeliz, que no cuenta con otros medios de sustento para su familia, todo se abate, cae y muere bajo la avalancha de los anuales impuestos, sin que se vislumbre un término para tan desastrosa legislación económica.
                Y a la sombra de este caos administrativo, se ha vigorizado y pelechan a más y mejor, las más inmorales especulaciones, el agio y el peculado, la depreciación de la moneda, la inconvertibilidad del papel fiduciario, el alza consiguiente del cambio y el encarecimiento de la vida, al extremo de ser ya problemática, dolorosa, imposible la existencia de las clases pobres. El hambre y la desnudez, la dificultad de arrendar un albergue, la falta progresiva de trabajo, la inalterabilidad de los pequeños salarios que el capitalismo concede como limosna, la presencia del recaudador de contribuciones a toda hora, y las enfermedades inseparables de la miseria, forman el espantable y fúnebre cortejo del proletario. ¿Qué raro que hayan surgido vigorosas y alarmantes las tendencias socialistas, sin que hubiere habido necesidad de propaganda?
                El trabajo tiene derechos sagrados, cuya violación no puede menos que producir trastornos sociales; y fuerza es confesar que los únicos congregadores de las nubes tempestuosas que oscurecen el horizonte ecuatoriano, son nuestros gobernantes y el capitalismo opresor y despótico. Mientras el gobierno no abandone su absurdo sistema económico; mientras no se empeñe en remover los obstáculos creados en daño de las industrias y la agricultura; mientras no tome a su cargo la redención del proletariado; mientras no se ponga a la cabeza del movimiento socialista, para dirigirlo y encausarlo, para obligar al capitalismo a no traspasar la órbita trazada por la honradez y la justicia, el problema social permanecerá como amenaza de muerte para el Estado.
                Nace el proletario en el seno de la miseria: todas las privaciones, todos los dolores, todas las inclemencias de la vida, lo rodean en la infancia; y en la juventud se agravan esos males, porque los conoce y avalora, porque aprende a comparar su inmerecido infortunio con la felicidad ajena, de donde brota esa instintiva prevención contra las clases privilegiadas, ese fatal amargor que le satura y envenena el alma, y que no pocas  veces arrastra al proletario hasta los abismos del crimen. La educación podría dominar aquellos instintos e inspirarle sentimientos altruistas y nobles; la instrucción, abrirle horizontes vastos y esplendorosos, transformándolo en ser verdaderamente humano y capaz de sobrellevar su destino sin quejarse; pero el gobierno ha dejado de instruirlo, de cumplir el santo deber de difundir la luz y los sanos principios en las multitudes; el gobierno, lejos de multiplicar escuelas, clausura las establecidas por las pasadas administraciones; y, si conserva esos centros educativos y de instrucción, deja morir de hambre a los profesores. Por este modo, las más densas tinieblas envuelven la mente y el corazón del proletariado; las tinieblas propicias al desarrollo de las pasiones animales, las tinieblas engendradoras de la delincuencia y la desventura.
                Y el joven proletario llega a la plenitud de la vida, sin haber gozado de otro bien que las caricias maternas, allá en las lejanías de su desgraciada niñez; y comienza la lucha por la existencia, sin claridad en el cerebro, sin rectitud en el alma, sin guía seguro en su lamentable y doloroso tránsito por el mundo. ¿Quién lo ampara, quién lo defiende, quién toma sobre sí la tarea de redimirlo y alzarlo a la categoría de hombre? El sacerdote le muestra el cielo, pero casi siempre lo extravía con la doctrina y el ejemplo, lo encruelece con el fanatismo, le atrofia el alma con la superstición y la piedad contrahecha; el gobierno lo abruma con el impuesto, le disputa el pan destinado a sus hijos, profana el taller e interrumpe sus faenas, lo aprisiona y arrastra a esos mataderos humanos, que decimos cuarteles y campos de batalla, donde muere el infeliz por una causa que no es suya, muchas veces sin saber en aras de cual ambición se le sacrifica; el gamonal explota el hambre y la desnudez del proletario, y lo esclaviza,  lo transforma en bestia, lo degrada con el látigo, y cuando envejece, cuando se inutiliza para cumplir su tarea, lo arroja sin compasión, como inservible harapo.
                Días sin pan, noches sin luz ni abrigo, dolores sin consuelo, vida sin más porvenir que la cárcel o el hospital, constituyen el destino del pueblo; y cuando la desesperada situación de los hijos, la enfermedad de la esposa, la desnudez y el hambre, ponen en boca del obrero peticiones de justicia, exigencias de que se proteja su derecho, la fuerza armada lo asesina; tiende en lagos de sangre al niño hambriento, a la madre que implora un mendrugo para el fruto de sus entrañas, al trabajador que exige la justa remuneración de sus sudores. ¿Qué admirable ni extraño que la idea de las reivindicaciones sociales haya apoderádose de la mente del pueblo ecuatoriano?
                Y nada más justo que cada gota de sudor sea remunerada con su verdadero precio; que el brazo que levanta el fardo o abre el surco de la tierra, se alimente de manera que pueda continuar su penosa faena; que los hijos y la esposa del obrero, mientras ésta llena su tarea, no carezcan de lo más indispensable para la vida. ¿Por qué el capitalismo ha de permanecer aferrado a la inalterabilidad del salario, cuando se encarece el sustento, cuando lo que gana el obrero no basta para llenar sus más apremiosas e ineludibles necesidades? ¿Por qué se constituye en juez y parte, y tasa arbitrariamente el sudor ajeno, para señalarle una mínima recompensa?

II

                Repito que el socialismo es natural y justo; mas, para que tan irresistible fuerza niveladora no se transforme en desastre nacional, en derrumbamiento hasta de las más inconmovibles bases sociales, es menester que el poder público se anticipe a enderezarla hacia la felicidad pública y bien de la humana especie. Abandonar este peligroso movimiento de renovación a sus propias impetuosidades, dejarlo en manos de las turbas ignorantes y ciegas, sería hacer que degenere en sangrienta catástrofe, en factor irreductible de crímenes y barbarie; porque los pueblos, aconsejados por la miseria y la desesperación, han sido siempre el torrente devastador, la ola bravía que todo lo sumerge y nivela, la tea que reduce a pavesas todo lo que alcanza, el terremoto que sepulta lo de arriba, y eleva lo que la corteza terrestre ocultaba.
                Si se quiere que la renovación social sea incruenta, perfeccionadora, benéfica, hay que apresurarse en acordar plena justicia al pueblo; y esta justicia, pronta y franca, leal y firme, se ha de administrar acatando y haciendo acatar religiosamente  los derechos del hombre, compendiados en el lema redentor del linaje humano: Libertad, Fraternidad, Igualdad.
                El pueblo necesita instruirse y educarse; y, por lo mismo, se ha de fundar el mayor número de escuelas para la niñez, con maestros bien y puntualmente remunerados; y como no todos los obreros de hoy han recibido este beneficio en sus primeros años, débense establecer centros nocturnos y gratuitos de instrucción, bibliotecas populares y conferencias de extensión universitaria, que difundan los conocimientos más necesarios entre las clases trabajadoras, las que son la fuerza y la savia del Estado.
                El pueblo necesita especial y decidida protección al trabajo, que depura y moraliza, que es la fuente perenne de la prosperidad de las naciones; y, por lo mismo, es indispensable, urgentísimo promulgar leyes que defiendan al obrero de la tiranía del capitalismo, leyes que establezcan la justa proporción entre el esfuerzo y pericia del trabajador, y el salario que recibe; Leyes que señalen la autoridad que deba atender la queja de los operarios contra los patronos, y decidir la contienda sumarísimamente, conforme a los principios de equidad y justicia; leyes que castiguen con severidad todo abuso del gamonal y el capitalista; leyes que fijen pensiones alimenticias para el jornalero que se inutilice o enferme en el cumplimiento de sus tareas; leyes, en fin, que funden asilos para los proletarios que envejecen en el trabajo, y no pueden ya ganarse el pan con el sudor de su frente.
                El pueblo necesita tranquilidad y seguridad personal para consagrarse a las faenas del taller o del campo, a las pequeñas industrias y al progreso del país; y, por lo mismo, se ha de hacer efectiva la prohibición de la recluta, estableciendo con toda urgencia el servicio militar obligatorio para todos los ecuatorianos, a fin de que el flagelo no caiga exclusivamente sobre la clase trabajadora; es menester que se ciegue ya esa sima pavorosa, llamada cuartel, donde se hunden y se pierden tantas energías, donde se corrompen  tantos honrados corazones, donde se preparan con estoicidad salvaje las hecatombes humanas, sacrificadas con demasiada frecuencia en los altares de la ambición y la tiranía.
                El pueblo necesita ejercer libremente su actividad; y, por lo mismo, debe ser libre  la estipulación de su trabajo, sin que pueda ninguna autoridad compeler a un operario a ejecutar obras por la fuerza, como hasta hoy acontece, con el especioso pretexto de utilidad pública.
                El pueblo necesita protección y estímulo para sus industrias; y, por lo mismo, es urgente la supresión de los impuestos sobre los pequeños capitales y los predios rústicos de escasa cuantía; es urgente la reforma de todo el vicioso y absurdo sistema tributario que ha encadenado insensatamente la actividad productora, que ha limitado suicidamente la esfera de la acción del comercio y las industrias con él conexas, que pesa como una montaña de plomo sobre la agricultura, fuente inagotable y segura de la riqueza pública; es urgente regularizar el movimiento económico con la abolición de la desastrosa inconvertibilidad del papel fiduciario sin respaldo; es urgente la creación de bancos industriales y agrícolas que faciliten la consecución de capitales a un interés módico, para el desarrollo de la riqueza  del país; es urgente que se establezcan cajas seguras de ahorros para el depósito de las economías del obrero, a fin de que se transformen en una base firme de bienestar para las familias trabajadoras.
                El pueblo necesita que se abarate la vida; y, por lo mismo, es de suma urgencia la expedición de leyes que castiguen el acaparamiento de artículos de primera necesidad, las especulaciones con la depreciación de la moneda y el cambio, y el abuso de los prestamistas usurarios; es de toda urgencia reprimir el despotismo de los propietarios de casas de arriendo, mediante la construcción de habitaciones baratas, por cuenta de las Municipalidades o asociaciones constructoras que se formen con este objeto, y bajo el control de la autoridad sapiente.
                El pueblo necesita que se extirpe el proletariado, mediante la colocación de la propiedad al alcance del mayor número de ciudadanos; y, aunque por de pronto no sea posible resolver el problema agrario, es de urgencia escogitar la manera de satisfacer esta justísima aspiración de las clases desheredadas. Si no podemos todavía imitar a Gladstone y Balfour, por lo menos, debemos comenzar por formar lotes de terrenos baldíos, y ponerlos en subasta a ínfimo precio, pagadero a largos plazos y sin interés alguno. Debemos establecer colonias agrícolas costeadas con fondos públicos durante corto tiempo, y hasta que puedan subsistir por sí mismas. Los bienes nacionalizados –que no producen ni para la congrua de sus antiguos usufructuarios- podrían servir para este objeto, en la seguridad de que producirían rentas suficientes para los conventos y el Fisco. Más tarde, el gobierno deberá expropiar la inmensa extensión de terrenos incultos, que nuestros grandes terratenientes conservan sin provecho alguno, ni para sí, ni para la  república; y revenderlos en lotes, asimismo a precios equitativos y amortizables en largos plazos, mediante el pago de un pequeño interés y la  prima de amortización que se acordase. El poder público está obligado a realizar esta reforma social indispensable; y si no es posible improvisarla en el momento, preciso es dar comienzo a esta saludable emancipación del proletario.
                He aquí los principales y más urgentes actos de justicia que el gobierno le debe al pueblo, para que la mina no estalle, para que el movimiento socialista sea lo que debe ser: renovación y perfeccionamiento de la sociedad, y no tempestad que todo lo arrase y convierta en escombros.

                Tal es a mi modo de pensar sobre el incipiente socialismo ecuatoriano; pero se necesitaría escribir un libro, si se hubiera de estudiar detenidamente la manera de encauzarlo y dirigirlo al bien de la comunidad, evitando todo escollo, todo desbordamiento pasional, todo arrebato de barbarie, que atenten y destruyan los mismos intereses del proletariado, que manchen la santa causa del trabajo y derroquen los fundamentos de la sociedad.

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