EL PROBLEMA SOCIAL
(Artículo publicado en la segunda
mitad de los años veinte en algún periódico del país, tomado del manuscrito que
reposa en el archivo del Dr. Peralta)
I
¿Qué pienso yo acerca de las
marcadas tendencias socialistas en el Ecuador? Voy a contestar esta pregunta,
que se ha servido dirigirme un respetable hombre público, pidiéndome que
exprese mi opinión por la prensa. Vasto
es el tema, y habría que estudiarlo en todas sus fases; pero me es forzoso tratarlo
someramente, en atención a lo limitado de las columnas de un diario.
El
socialismo es un efecto necesario de la diversa condición de los asociados,
absurdamente establecida por los vicios de organización en las agrupaciones
humanas. Es una consecuencia lógica de la lucha por la existencia: surge
fatalmente de la concurrencia vital, de ese encarnizado combate que sostienen
entre sí todos los seres de la creación, disputándose los medios de prolongar
su vida a expensas de los demás; combate en el que siempre sucumbe el débil, al
cual devora el más fuerte, sin vacilaciones ni misericordia. En la concurrencia
vital humana, los vencidos y devorados, los que la fuerza destina al
sacrificio, no son otros que los pequeños capitales, la actividad asalariada,
el trabajo del proletario, el esfuerzo empleado en el taller o la gleba, el
sudor que riega el yunque o el surco de la tierra, a cambio de un bocado de
pan.
La injusticia del Estado y la
tiranía del capitalismo, son los que generan, desarrollan y robustecen las
ideas socialistas; las que, día por día –sin darse cuenta de su obra suicida-
socavan los cimientos de la vetusta sociedad, que a la postre se derrumba con
estrépito, sobre lagos de sangre y entre las llamaradas del incendio.
El Estado –especialmente en
países como el nuestro, donde gobernantes y legisladores obran sin previsión y
a oscuras- el trabajo de zapa es más activo y destructor; y, por lo mismo, se
siente más cercana la hora de la catástrofe. Los que nos preocupamos con la
suerte futura de la nación, vemos con profundo pesar este desatentado anhelo de
regresión a los más absurdos y caducos sistemas económicos que, de pocos años a
esta parte, domina en nuestros gobiernos y legislaturas, anhelo insensato que
nos está arrastrando al pauperismo y la miseria.
Olvidados por completo los
principios de Justicia y las máximas de la Ciencia, el sistema tributario no
reconoce en el Ecuador, otra base ni rumbo que el más burdo empirismo y el
ansia de gravarlo todo; de secar en su fuente la riqueza con el impuesto
antieconómico y arbitrario; de matar las industrias agobiándolas con innumerables trabas; de esclavizar la
Agricultura con los estancos y los monopolios, como en los tiempos coloniales;
de tornar estéril la actividad productora, estableciendo así, una lucha sin
cuartel, entre el trabajo que genera la
prosperidad pública, y las contribuciones sin límites, con que el
gobierno llena sus necesidades siempre y siempre crecientes. Los pequeños
capitales, protegidos acuciosamente por los gobernantes sabios; la industria
nueva que reclama el amparo especial del poder público, para convertirse en
manantial de riqueza; el taller, albergue inviolable de trabajo en las naciones
progresistas; hasta el pegujal del indio infeliz, que no cuenta con otros
medios de sustento para su familia, todo se abate, cae y muere bajo la
avalancha de los anuales impuestos, sin que se vislumbre un término para tan
desastrosa legislación económica.
Y
a la sombra de este caos administrativo, se ha vigorizado y pelechan a más y
mejor, las más inmorales especulaciones, el agio y el peculado, la depreciación
de la moneda, la inconvertibilidad del papel fiduciario, el alza consiguiente
del cambio y el encarecimiento de la vida, al extremo de ser ya problemática,
dolorosa, imposible la existencia de las clases pobres. El hambre y la
desnudez, la dificultad de arrendar un albergue, la falta progresiva de
trabajo, la inalterabilidad de los pequeños salarios que el capitalismo concede
como limosna, la presencia del recaudador de contribuciones a toda hora, y las
enfermedades inseparables de la miseria, forman el espantable y fúnebre cortejo
del proletario. ¿Qué raro que hayan surgido vigorosas y alarmantes las
tendencias socialistas, sin que hubiere habido necesidad de propaganda?
El trabajo tiene derechos
sagrados, cuya violación no puede menos que producir trastornos sociales; y
fuerza es confesar que los únicos congregadores de las nubes tempestuosas que
oscurecen el horizonte ecuatoriano, son nuestros gobernantes y el capitalismo
opresor y despótico. Mientras el gobierno no abandone su absurdo sistema
económico; mientras no se empeñe en remover los obstáculos creados en daño de
las industrias y la agricultura; mientras no tome a su cargo la redención del
proletariado; mientras no se ponga a la cabeza del movimiento socialista, para
dirigirlo y encausarlo, para obligar al capitalismo a no traspasar la órbita
trazada por la honradez y la justicia, el problema social permanecerá como
amenaza de muerte para el Estado.
Nace el proletario en el seno de
la miseria: todas las privaciones, todos los dolores, todas las inclemencias de
la vida, lo rodean en la infancia; y en la juventud se agravan esos males,
porque los conoce y avalora, porque aprende a comparar su inmerecido infortunio
con la felicidad ajena, de donde brota esa instintiva prevención contra las
clases privilegiadas, ese fatal amargor que le satura y envenena el alma, y que
no pocas veces arrastra al proletario
hasta los abismos del crimen. La educación podría dominar aquellos instintos e
inspirarle sentimientos altruistas y nobles; la instrucción, abrirle horizontes
vastos y esplendorosos, transformándolo en ser verdaderamente humano y capaz de
sobrellevar su destino sin quejarse; pero el gobierno ha dejado de instruirlo,
de cumplir el santo deber de difundir la luz y los sanos principios en las
multitudes; el gobierno, lejos de multiplicar escuelas, clausura las
establecidas por las pasadas administraciones; y, si conserva esos centros
educativos y de instrucción, deja morir de hambre a los profesores. Por este
modo, las más densas tinieblas envuelven la mente y el corazón del
proletariado; las tinieblas propicias al desarrollo de las pasiones animales,
las tinieblas engendradoras de la delincuencia y la desventura.
Y el joven proletario llega a la
plenitud de la vida, sin haber gozado de otro bien que las caricias maternas,
allá en las lejanías de su desgraciada niñez; y comienza la lucha por la
existencia, sin claridad en el cerebro, sin rectitud en el alma, sin guía
seguro en su lamentable y doloroso tránsito por el mundo. ¿Quién lo ampara,
quién lo defiende, quién toma sobre sí la tarea de redimirlo y alzarlo a la
categoría de hombre? El sacerdote le muestra el cielo, pero casi siempre lo
extravía con la doctrina y el ejemplo, lo encruelece con el fanatismo, le atrofia
el alma con la superstición y la piedad contrahecha; el gobierno lo abruma con
el impuesto, le disputa el pan destinado a sus hijos, profana el taller e
interrumpe sus faenas, lo aprisiona y arrastra a esos mataderos humanos, que
decimos cuarteles y campos de batalla, donde muere el infeliz por una causa que
no es suya, muchas veces sin saber en aras de cual ambición se le sacrifica; el
gamonal explota el hambre y la desnudez del proletario, y lo esclaviza, lo transforma en bestia, lo degrada con el látigo,
y cuando envejece, cuando se inutiliza para cumplir su tarea, lo arroja sin
compasión, como inservible harapo.
Días sin pan, noches sin luz ni
abrigo, dolores sin consuelo, vida sin más porvenir que la cárcel o el
hospital, constituyen el destino del pueblo; y cuando la desesperada situación
de los hijos, la enfermedad de la esposa, la desnudez y el hambre, ponen en
boca del obrero peticiones de justicia, exigencias de que se proteja su
derecho, la fuerza armada lo asesina; tiende en lagos de sangre al niño
hambriento, a la madre que implora un mendrugo para el fruto de sus entrañas,
al trabajador que exige la justa remuneración de sus sudores. ¿Qué admirable ni
extraño que la idea de las reivindicaciones sociales haya apoderádose de la
mente del pueblo ecuatoriano?
Y nada más justo que cada gota
de sudor sea remunerada con su verdadero precio; que el brazo que levanta el
fardo o abre el surco de la tierra, se alimente de manera que pueda continuar
su penosa faena; que los hijos y la esposa del obrero, mientras ésta llena su
tarea, no carezcan de lo más indispensable para la vida. ¿Por qué el
capitalismo ha de permanecer aferrado a la inalterabilidad del salario, cuando
se encarece el sustento, cuando lo que gana el obrero no basta para llenar sus
más apremiosas e ineludibles necesidades? ¿Por qué se constituye en juez y
parte, y tasa arbitrariamente el sudor ajeno, para señalarle una mínima
recompensa?
II
Repito que el socialismo es
natural y justo; mas, para que tan irresistible fuerza niveladora no se
transforme en desastre nacional, en derrumbamiento hasta de las más
inconmovibles bases sociales, es menester que el poder público se anticipe a
enderezarla hacia la felicidad pública y bien de la humana especie. Abandonar
este peligroso movimiento de renovación a sus propias impetuosidades, dejarlo
en manos de las turbas ignorantes y ciegas, sería hacer que degenere en
sangrienta catástrofe, en factor irreductible de crímenes y barbarie; porque
los pueblos, aconsejados por la miseria y la desesperación, han sido siempre el
torrente devastador, la ola bravía que todo lo sumerge y nivela, la tea que
reduce a pavesas todo lo que alcanza, el terremoto que sepulta lo de arriba, y
eleva lo que la corteza terrestre ocultaba.
Si se quiere que la renovación
social sea incruenta, perfeccionadora, benéfica, hay que apresurarse en acordar
plena justicia al pueblo; y esta justicia, pronta y franca, leal y firme, se ha
de administrar acatando y haciendo acatar religiosamente los derechos del hombre, compendiados en el
lema redentor del linaje humano: Libertad,
Fraternidad, Igualdad.
El pueblo necesita instruirse y
educarse; y, por lo mismo, se ha de fundar el mayor número de escuelas para la
niñez, con maestros bien y puntualmente remunerados; y como no todos los obreros
de hoy han recibido este beneficio en sus primeros años, débense establecer
centros nocturnos y gratuitos de instrucción, bibliotecas populares y
conferencias de extensión universitaria, que difundan los conocimientos más
necesarios entre las clases trabajadoras, las que son la fuerza y la savia del
Estado.
El pueblo necesita especial y
decidida protección al trabajo, que depura y moraliza, que es la fuente perenne
de la prosperidad de las naciones; y, por lo mismo, es indispensable,
urgentísimo promulgar leyes que defiendan al obrero de la tiranía del
capitalismo, leyes que establezcan la justa proporción entre el esfuerzo y
pericia del trabajador, y el salario que recibe; Leyes que señalen la autoridad
que deba atender la queja de los operarios contra los patronos, y decidir la
contienda sumarísimamente, conforme a los principios de equidad y justicia;
leyes que castiguen con severidad todo abuso del gamonal y el capitalista;
leyes que fijen pensiones alimenticias para el jornalero que se inutilice o
enferme en el cumplimiento de sus tareas; leyes, en fin, que funden asilos para
los proletarios que envejecen en el trabajo, y no pueden ya ganarse el pan con
el sudor de su frente.
El pueblo necesita tranquilidad
y seguridad personal para consagrarse a las faenas del taller o del campo, a
las pequeñas industrias y al progreso del país; y, por lo mismo, se ha de hacer
efectiva la prohibición de la recluta, estableciendo con toda urgencia el
servicio militar obligatorio para todos los ecuatorianos, a fin de que el
flagelo no caiga exclusivamente sobre la clase trabajadora; es menester que se
ciegue ya esa sima pavorosa, llamada cuartel, donde se hunden y se pierden
tantas energías, donde se corrompen
tantos honrados corazones, donde se preparan con estoicidad salvaje las
hecatombes humanas, sacrificadas con demasiada frecuencia en los altares de la
ambición y la tiranía.
El pueblo necesita ejercer
libremente su actividad; y, por lo mismo, debe ser libre la estipulación de su trabajo, sin que pueda
ninguna autoridad compeler a un operario a ejecutar obras por la fuerza, como
hasta hoy acontece, con el especioso pretexto de utilidad pública.
El pueblo necesita protección y
estímulo para sus industrias; y, por lo mismo, es urgente la supresión de los
impuestos sobre los pequeños capitales y los predios rústicos de escasa
cuantía; es urgente la reforma de todo el vicioso y absurdo sistema tributario
que ha encadenado insensatamente la actividad productora, que ha limitado
suicidamente la esfera de la acción del comercio y las industrias con él
conexas, que pesa como una montaña de plomo sobre la agricultura, fuente
inagotable y segura de la riqueza pública; es urgente regularizar el movimiento
económico con la abolición de la desastrosa inconvertibilidad del papel
fiduciario sin respaldo; es urgente la creación de bancos industriales y
agrícolas que faciliten la consecución de capitales a un interés módico, para
el desarrollo de la riqueza del país; es
urgente que se establezcan cajas seguras de ahorros para el depósito de las
economías del obrero, a fin de que se transformen en una base firme de
bienestar para las familias trabajadoras.
El pueblo necesita que se
abarate la vida; y, por lo mismo, es de suma urgencia la expedición de leyes
que castiguen el acaparamiento de artículos de primera necesidad, las
especulaciones con la depreciación de la moneda y el cambio, y el abuso de los
prestamistas usurarios; es de toda urgencia reprimir el despotismo de los
propietarios de casas de arriendo, mediante la construcción de habitaciones
baratas, por cuenta de las Municipalidades o asociaciones constructoras que se
formen con este objeto, y bajo el control de la autoridad sapiente.
El pueblo necesita que se
extirpe el proletariado, mediante la colocación de la propiedad al alcance del
mayor número de ciudadanos; y, aunque por de pronto no sea posible resolver el
problema agrario, es de urgencia escogitar la manera de satisfacer esta
justísima aspiración de las clases desheredadas. Si no podemos todavía imitar a
Gladstone y Balfour, por lo menos, debemos comenzar por formar lotes de
terrenos baldíos, y ponerlos en subasta a ínfimo precio, pagadero a largos
plazos y sin interés alguno. Debemos establecer colonias agrícolas costeadas
con fondos públicos durante corto tiempo, y hasta que puedan subsistir por sí
mismas. Los bienes nacionalizados –que no producen ni para la congrua de sus
antiguos usufructuarios- podrían servir para este objeto, en la seguridad de
que producirían rentas suficientes para los conventos y el Fisco. Más tarde, el
gobierno deberá expropiar la inmensa extensión de terrenos incultos, que
nuestros grandes terratenientes conservan sin provecho alguno, ni para sí, ni
para la república; y revenderlos en
lotes, asimismo a precios equitativos y amortizables en largos plazos, mediante
el pago de un pequeño interés y la prima
de amortización que se acordase. El poder público está obligado a realizar esta
reforma social indispensable; y si no es posible improvisarla en el momento,
preciso es dar comienzo a esta saludable emancipación del proletario.
He aquí los principales y más
urgentes actos de justicia que el gobierno le debe al pueblo, para que la mina
no estalle, para que el movimiento socialista sea lo que debe ser: renovación y
perfeccionamiento de la sociedad, y no tempestad que todo lo arrase y convierta
en escombros.
Tal es a mi modo de pensar sobre
el incipiente socialismo ecuatoriano; pero se necesitaría escribir un libro, si
se hubiera de estudiar detenidamente la manera de encauzarlo y dirigirlo al
bien de la comunidad, evitando todo escollo, todo desbordamiento pasional, todo
arrebato de barbarie, que atenten y destruyan los mismos intereses del
proletariado, que manchen la santa causa del trabajo y derroquen los
fundamentos de la sociedad.