sábado, 15 de marzo de 2014

JOSÉ PERALTA:
 Del liberalismo radical al socialismo


César Albornoz

Artículo publicado en Textos y Contextos Nº 4, Revista Teórica de la Facultad de Comunicación Social Universidad Central del Ecuador, Quito, junio 2005, pp. 75-96.


José Peralta es, indudablemente, uno de los pensadores fundamentales de la historia ecuatoriana. La evolución de su pensamiento está marcada por precisos derroteros de su vida: la regeneración de la patria, dominada en su tiempo por la férula corruptora del clericalismo y sus aliados políticos conservadores; y, el cumplimiento de lo que considera el destino de la raza humana: su  constante perfeccionamiento a través de la ilustración y la modernización, mediante la educación, la ciencia y la técnica, es decir, la reorganización racional de la sociedad, incluida una adecuada religión natural garantizada por la más absoluta tolerancia.

En esa búsqueda por contribuir con su país y su pueblo, Peralta pasa por la más profunda metamorfosis ideológica, conforme le dictan su moral y sentimientos, además de sus primeros desencuentros con una política hipócrita que contradice los postulados que defiende y a la verdad que persigue incesantemente.


Del catolicismo al liberalismo radical

 El catolicismo doctrinario inculcado por los jesuitas en su formación estudiantil, le causa el mismo desengaño que debió sufrir Descartes cuando decide someter a duda todo un cúmulo de falso y estéril conocimiento. En escuelas, colegios, liceos y universidades, recuerda,

el loyolismo se había encargado de perpetuar la dominación conservadora, mediante, la formación hábil y prodigiosa de sucesivas generaciones de parias, de multitudes abyectas y sin vista, de una sociedad sui géneris, supersticiosa y fanática, adecuada para base y defensa del omnímodo poder sacerdotal. ¿Qué inteligencia modernamente nutrida había de irradiar en esos tenebrosos albergues de murciélago? Tan absurda era la doctrina que recibíamos en los colegios que después –cuando hemos podido adquirir conocimientos en las ciencias modernas-, hase apoderado de nuestra alma verdadera indignación contra los maestros traidores que, por obedecer una consigna criminal, malgastaron nuestros mejores años en extraviarnos la mente y atrofiarnos el cerebro con una enseñanza propia de la Edad Media.1

Se encuentra a si mismo como portador de una ignorancia cuya magnitud veía con espanto.2 Dolorosamente la va superando, en la primera mitad de los años ochenta del siglo XIX, hasta su descenso al infierno, un lugar especial creado y así bautizado por la censura clerical en la hermosa biblioteca de los mercedarios de Quito, similar el escenario al monasterio del siglo XIV tan bien descrito por Umberto Eco en El nombre de la Rosa. Jamás olvidará Peralta el día que el Dr. José Fernández de Córdova, hombre ilustrado y progresista, decidido por la juventud estudiosa, le guió por una escalerilla que terminaba en una pequeña y maciza puerta, “donde estaban confinados todos los pensadores que han iluminado y cambiado la faz de la Tierra”: los más grandes filósofos y científicos modernos.3 Allí encuentra la luz que clérigos y frailes ocultan a los humanos, mortal veneno, según ellos, fuertes alimentos que no todos pueden digerir, si se infiltrasen en sus almas. Las famosas medidas precautelatorias, en definitiva, del Índice de la iglesia romana, para mantener sumisos, supersticiosos y fanáticos a sus corderos, para poder controlar, gracias a la ignorancia y el temor, sus actos. De allí, como Prometeo liberado, saldrá el joven Peralta a llevar la luz al pueblo, impronta que no abandonará hasta el final de sus días.

Hace suyas las ideas liberales, pero no las tibias y moderadas, o las de acomodo y compromiso con las clases explotadoras, sino las radicales, las llamadas a hacer la mayor transformación social experimentada en la historia ecuatoriana. Y como la luz llega a las mentes a través de textos con ideas esclarecedoras, funda frenéticamente uno tras otro periódicos del nuevo credo para difundirlas y trazar las tareas que deben emprender los ecuatorianos, para dejar atrás los lóbregos tiempos medievales, tiempos de intolerancia, fanatismo, superstición, ignorancia, sumisión, etc., tan bien descritos por él mismo en páginas antológicas de su amplia producción sobre el tema. La consabida respuesta de autoridades civiles y eclesiásticas contra sus periódicos libertarios no se hace esperar: censuras, clausuras, anatemas, excomuniones, calumnias y dicterios que soporta estoicamente, sin arredrarse, aunque peligre su vida.

Desde entonces, tempranamente, su preocupación esencial es por las masas populares, por los ecuatorianos humildes, por los parias de su tierra, por el proletario, “ese ser indefinible que vemos cruzar nuestras calles, abrumado con la indiferencia de sus hermanos, y llevando a cuestas la miseria y el dolor”, nacido “para servir: ni esperanza para el corazón, ni luz para la mente, ni elevación para el alma le ofrece la sociedad, en cambio de sus desvelos”,4 como escribe en un artículo publicado en 1889, en su semanario democrático El Constitucional. Gente sencilla, trabajadores cuya vida transcurre, en ciudades y campos, en la mayor indignidad e indolencia, por la crueldad de quienes han convertido a esa gran masa humana en fuente de enriquecimiento y de explotación.

Para junio de 1895, por derecho propio, Peralta tiene un bien ganado y merecido prestigio. Se ha convertido en uno de los ideólogos nacionales del liberalismo radical, al que las masas en la ciudad de Guayaquil vitorean y consideran  junto al nombre de Alfaro, el suyo, para regir los destinos de la patria, de acuerdo a lo que afirma el historiador Jorge Núñez.5 Hasta 1897 seguirá con su periodismo doctrinario para enrumbar la revolución ganada por las armas, sin omitir críticas y expresar desilusiones cuando cree que se está desviando el gobierno o el parlamento del camino correcto. Sobre su actuación en los gobiernos de Alfaro, su labor y participación es ampliamente conocida. Al respecto, baste señalar que acompaña al Viejo Luchador en los momentos más difíciles de su gestión y es artífice, junto a él, de las mayores conquistas materiales y espirituales, de la implantación de las nuevas instituciones liberales y de una defensa denodada de la soberanía y de la integridad del territorio nacional. Esa titánica labor cumple, hombro a hombro, con los constructores del nuevo Ecuador desde los más distintos y altos cargos públicos: la gobernación del Azuay, los ministerios de Educación, de Cultos, de Hacienda y de Relaciones Exteriores, desde el parlamento, etc.



Luego, después de la hoguera bárbara y la frustración liberal, en el destierro reflexionará profundamente sobre aquello que se debe hacer para retomar lo que había elegido como su razón de vida: la regeneración de la patria, traicionada cruel y sanguinariamente por la componenda de la plutocracia porteña y los terratenientes de la sierra. Amargamente, con lacerantes pensamientos que podrían aplicarse a muchos conflictos de nuestro convulsionado planeta de hoy, descubre las facetas irracionales de los humanos, al referirse a la carnicería causada en el país por los victimarios de sus amigos y coidearios, y se pregunta:

¿Cuándo, cuándo cambiarán los feroces instintos de la raza humana? ¿Cuándo, cuándo darán sus frutos saludables la filosofía y la moral perfeccionadas? ¿Será eterna la generación del mal, entre los hombres?... No podría tal vez contestar categóricamente a estas preguntas, porque los hechos con su brutalidad abrumadora, me saldrían al paso y aplastarían toda esperanza próxima de regeneración, todo vaticinio de humanización del hombre, todo brote de optimismo respecto de la sociedad futura. Penoso es llegar a estas conclusiones, para quien, como yo tiene fe en el progreso humano y en la redención de los pueblos; pero ahí están los hechos, combatiendo nuestras convicciones y burlándose de nuestra talvez risible sociología. Contradicción de la mente, o desaliento del espíritu. Lo cierto es que la lucha interior en el hombre que piensa es el mayor de los tormentos imaginables...6

Ante esa constatación, a pesar de que aborrece la violencia para redimir a los pueblos, no le queda más que reconocer una ley ineluctable de la evolución de la sociedad: “Las revoluciones son feroces por naturaleza; y en países adelantadísimos hemos visto escenas que avergonzarían a los caníbales ¡Es la lógica brutal de las reacciones contra la opresión y el crimen, ante la que es impotente la civilización más avanzada!”.7 En Eloy Alfaro y sus victimarios desarrollará más tarde su comprensión de la revolución, en clara concepción dialéctica: las “revoluciones que cambian la faz de los pueblos, que destruyen el edificio antiguo y lo reconstruyen con materiales y sobre planos modernos y sapientes, que redimen y salvan a las naciones, son fruto exclusivo de premisas históricas y sociales, de elementos de transformación lentamente acumulados por los mismos gobiernos que, en su caducidad, caminan a la ruina, de tropelía en tropelía, de crimen en crimen, como arrastrados al abismo por fatalidad”.8


Antiimperialismo

Tampoco puede soslayar el silencio y la complicidad del imperialismo yanqui, en el desenlace de la confrontación entre los que propugnan reformas más radicales en nuestra patria, y los que sólo velan por mezquinos intereses de clases privilegiadas. Empieza a madurar su antiimperialismo, el mismo que había empezado a tomar contornos claros desde 1900, cuando canciller de la república, tiene que mostrar sagacidad ante las pretensiones del imperialismo emergente, por adueñarse a cualquier precio de nuestro archipiélago de Galápagos.9 O más tarde, en las mismas funciones, cuando el país del Norte, de mediador en nuestro secular conflicto de límites con el Perú, intenta llevarnos a acciones perjudiciales al interés nacional. En los inicios de 1914, tiene ya una visión muy clara de lo que convertirá más tarde en una teoría original, al escribir La esclavitud de la América Latina, una de las concepciones más avanzadas para su tiempo, acerca del significado nefasto del imperialismo norteamericano para los latinoamericanos. Deberían escucharlo atentamente, esos mandatarios serviles que han avergonzado por décadas y retrasado infamemente el desarrollo de los que vivimos al sur del Río Grande:

El apostolado yankee está de moda: el gobierno de la gran república americana se ha declarado supremo civilizador y moralizador de los pequeños Estados de la América latina, que más allá no va el fervor del genial apóstol. El fundamento de su evangelio novísimo, no es por cierto, el amor a la humanidad ni el empeño por el perfeccionamiento de los pueblos: ¿qué les importan la humanización de las sociedades ni el desenvolvimiento del espíritu y de la moral en los latinoamericanos, a esos reyes del hierro y del cobre, del petróleo y del carbón, del trigo y del tocino, de las patatas y de cuanto encierra la creación? Nada, absolutamente nada: toda su filosofía se reduce a la ganancia sin obstáculos y en escala siempre creciente. Quieren la paz en las naciones consumidoras de sus productos, porque la guerra perjudica el comercio y disminuye el lucro de aquellos poderosísimos reyes: quieren tranquilidad inalterable en Centro y Sur América, simplemente porque las conmociones civiles estorban el desarrollo del imperialismo comercial yankee en nuestros países. Norte América entiende su apostolado pacifista de hoy, como entendió su papel de libertador y protector de las Antillas españolas ayer; es decir, relacionándolas estrechamente con sus propios intereses…  De aquí nace el que, si la revolución le trae mayor ventaja al apóstol de la paz, se decide por ella y la favorece, como  lo está haciendo hoy mismo en México, mal que les pese a las humanitarias doctrinas que acá nos predica. Es verdad que, según dice Wilson, obra así en la tierra de Moctezuma y Juárez, porque el general Huertas es un asesino: está manchado con la sangre de Madero; y la gran nación civilizadora no debe ni puede reconocer a un gobierno nacido del crimen. Sublime. Pasemos por la intromisión de un Estado extranjero en los asuntos internos de otro Estado independiente y libre; pasemos por este gran atentado de limitar la soberbia del país vecino, erigiéndose en tutor de un pueblo, y en juez de sus gobernantes; pasemos por ese despedazamiento escandaloso del derecho internacional; y ni así podremos justificar la actitud del neocivilizador de nuestros pueblos. Si las manos ensangrentadas son obstáculo insuperable para gobernar un país, según el entender de Wilson; si no deben ni pueden ser reconocidos los gobiernos engendrados por el asesinato, ¿cómo sucede que la misma gran república ha reconocido al general Plaza y mantiene buenas relaciones con este criminal manifiesto?... ¡Oh! Moral, cuánto, cuánto se abusa y se juega con su augusto nombre!

¡Y estos moralizadores son los que más nos ultrajan, los que más condenan nuestras luchas intestinas, los que más nos amenazan, los que nos tienen por destituidos de todo sentimiento de justicia y virtud! Y enseguida nos abruman con buenos ejemplos: necesitan una extensa zona de territorio para la apertura de un canal interoceánico, y se lo arrebatan a Colombia, alevemente, favoreciendo uno como parricidio contra aquella nación: quieren evitar que se abra otro canal que haría competencia al de Panamá, y pisotean la soberanía de Nicaragua, cuyos protectores se declaran por la fuerza: quieren apoderarse de otro retacito de México, y apoyan a Carranza y Villa, soplando en la hoguera de una guerra vandálica y desastrosa. ¡Buenos civilizadores y moralistas! Filipinas, Cuba, Puerto Rico, etc., pueden dar testimonio de la sinceridad de estos apóstoles de la moral, de la libertad y la paz.10

Mientras rememoramos este valiente alegato sin concesiones al imperio, de una claridad abrumadora que parece escrita al calor de los acontecimientos del mundo y de la región latinoamericana de nuestros días, ahora mismo, en nuestro país trabajan con entusiasmo digno de mejor causa, pajes del FMI, propulsores de Alcas y minialcas e irresponsables que no comprenden las consecuencias de involucrarnos en el Plan Colombia, permitiendo mancillar la tierra de sus mayores con bodegas que se pueden convertir en cualquier cosa, preparándose para el triste papel de cipayos de la USA Army, incluso irrespetando la majestad de las leyes y la jerarquía de los poderes del Estado. A la inexplicable actitud de aquellos gobernantes latinoamericanos de entregarse ciegamente en sus brazos, que justifican con los supuestos beneficios que obtendríamos, se aplica con precisión lo que posteriormente dirá en La Esclavitud de la América latina: “Miopía de espíritu, desconocimiento de la historia americana en la última centuria, falta de iniciativas propias o traición solapada en los dirigentes de esas infelices repúblicas. Si esos gobernantes no son traidores, hay que juzgarlos como incapaces de pesar y medir el presente, y mucho menos de vislumbrar el porvenir”.11 Y se hace la pregunta que esos incapaces o traidores evitan formularse: ¿Cómo soñar en la unión con una potencia que no medita sino esclaviza a sus hermanas?

Regresemos, mejor, a las profundas reflexiones que José Peralta hace en su exilio limeño, recapitulando y sometiendo a severa autocrítica los errores cometidos por las administraciones alfaristas, con miras a enmendarlas cuando el radicalismo liberal, levantado en armas con el Coronel Concha a la cabeza, en ilusión que no se cumple, redima la sangre derramada del Caudillo y sus correligionarios. Varios son los errores que reconoce de la actitud de los radicales en el poder arrancado por los evolucionistas como sarcásticamente califica a la alianza antinatural de liberales y conservadores:

Debilidades de alma y condescendencias culpables con los prejuicios de la sociedad, de las que también me acuso: imitadores en todo, de los revolucionarios idealistas, no nos hemos atrevido a realizar una revolución verdadera, y descuajar para siempre el árbol venenoso, extirpando sus raíces a fin de evitar los renuevos. Hemos adoptado por un error político, como exacto el especioso axioma de Bazire; y creído también que las medidas supremas contra la superstición, en un pueblo supersticioso y fanático, constituyen otros tantos crímenes de Estado. Cuando necesitábamos un Combes, hemos procedido como tímidos conciliadores. La fórmula de todas las debilidades revolucionarias, la síntesis de todas las indecisiones políticas, la más cara de la cobardía en las reformas, es la palabra tolerancia; y en el Ecuador la hemos adoptado en un sentido irrestricto y absoluto; como clave de sapiencia administrativa, como la base del genuino liberalismo, como el distintivo de la filosofía regeneradora de la patria; siendo así que esa palabra deslumbradora no es aplicable al origen mismo de los extravíos populares ni a su perpetuación en las generaciones futuras. La tolerancia es obligación ineludible del Estado, respecto de la sociedad actual; y en cuanto a las ideas e instituciones toleradas, no se salgan del marco de la moral y de los intereses de la nación. Ese respeto, aun a los errores de los asociados, ese acatamiento a todas las ideas adoptadas por las diversas agrupaciones de ciudadanos, esa imparcial y equitativa libertad concedida a la conciencia de cada cual, ciertamente, son la base y el distintivo del liberalismo doctrinario; pero no han de ir jamás hasta la complicidad con los criminales, con los envenenadores de la fuente misma de la vida nacional, con los que maquinan a la continua la ruina y degeneración de los pueblos; porque esto sería un atentado de lesa patria, un suicidio del gobierno, que tal hiciera, una como conjuración contra el perfeccionamiento humano. Todo derecho está limitado por el derecho del otro; y la tolerancia debida a las creencias de los individuos, no puede extenderse y pasar por sobre  la seguridad y la existencia misma de la sociedad, ni menos sobre los trascendentales destinos del linaje humano.12


Peralta y el socialismo

Así, apenas llegado a Lima, empieza a bosquejar las ideas que le servirán de base para escribir sus obras filosóficas y políticas fundamentales, donde el énfasis, como siempre está en el pueblo, a quien reiteradamente dedica sus trabajos de los más variados géneros. Su estadía en  la capital peruana incrementa sus conocimientos de las ideas socialistas. Suma al conocimiento de los ingleses, franceses y españoles (Owen, Meslier Fourier, Saint Simon, Enfantin Cabet, Lui Blanc, Vermorel, Fernando Garrido, etc.),  el pensamiento de González Prada, el Montalvo del Perú, como lo llama, cuyas Horas de lucha cita, haciendo suyas varias ideas.13

 Justamente a esta faceta de José Peralta nos queremos referir, finalmente. Uno de los aspectos más polémicos y menos estudiados de su pensamiento: el relacionado con sus ideas socialistas.

Hay quienes sostienen que es pionero, precursor o portador de matices de esa ideología. Otros dicen que no hay que forzar las cosas y que es preferible dejarle como el ideólogo más avanzado del liberalismo radical. Los tonos varían entre los que defienden una u otra posición. Lo cierto es que, guste o no, sáquense las conclusiones que se quieran, luego de analizar sus escritos al respecto, hay una verdad incontrovertible: Peralta se refiere al socialismo como doctrina filosófica y como alternativa política de desarrollo y organización social en muchos de sus escritos.

Estos escritos en su mayoría son artículos de apreciable extensión, elaborados después de la masacre del 15 de Noviembre de 1922, época de gran reacción popular por la calamitosa situación económica que atraviesa el país. Solidarizándose con los trabajadores dirá Peralta:

Después de la muerte del Regenerador Ecuatoriano, no se ha dado un paso más a favor del proletariado ni de la raza india. Por el contrario, grandes masas de indios inermes han sido bárbaramente fusilados, repetidas veces, en casi todas las provincias andinas, sólo porque agrupadas sus víctimas, pedían protección y justicia. Y en Guayaquil, baluarte de las libertades públicas, el pueblo fue asesinado de manera infame y cobarde, sin respetar niños ni mujeres, porque solicitaban pan y trabajo.14

Ve como el edificio pacientemente levantado por el liberalismo verdadero, en medio siglo de lucha contra el bando tradicionalista, se derrumba por la debilidad de los gobiernos plutocráticos que permiten el avance de la reacción conservadora. Es la época de su rectorado de la Universidad del Azuay, cuando escribe “El problema obrero”, “La cuestión social”, “Lecciones al pueblo”, su “Discurso” -con motivo de la fundación de la Sociedad Ilustración Obrera del Azuay, de la cual es nombrado su Presidente honorario-, cuando plantea convencido que la hora del socialismo ha llegado:

Desequilibrada la sociedad por ancestrales y añejas injusticias, por absurdos prejuicios y profanación de las santas leyes de la naturaleza, la hora del triunfo socialista, pero del socialismo científico, humanitario y justo; un socialismo que es sólo una faz, una ampliación, un avance ventajosos de las libertades y garantías del ciudadano, un socialismo que no busca sino la felicidad de todos los asociados, la extirpación del pauperismo y las desigualdades impuestas por la tiranía y las malas pasiones, la restauración del amor y la fraternidad universales.15

Es un socialismo pequeñoburgués, o socialdemócrata si se quiere, que plantea la repartición de los medios de vida, principio que considera el más hermoso ideal del socialismo, sin abolir la propiedad sino dividirla “a fin de hacer que todos, o siquiera el mayor número posible, llegue a ser un propietario”. Es francamente opuesto a la solución que los bolcheviques en ese mismo tiempo están llevando a cabo en la Unión Soviética. Tampoco comparte las ideas de los anarquistas. Peralta es más próximo a los ilustrados franceses, a los más avanzados, recuerda mucho su pensamiento célebres pasajes del ginebrino Rousseau que tanto admira.

El liberalismo,  ha terminado por aceptar, por más radicales que sean sus postulados ya no es suficiente. Las ideas socialistas maduran definitivamente en su espíritu, conforme éstas toman cuerpo en el país, y cada vez más, primero regionalmente, luego a nivel nacional, van ganando el espacio como consecuencia de la crisis y la catastrófica situación en la que los nefastos gobiernos plutocráticos han sumido a la patria. Cree factible  ya para ese entonces, una fusión de lo mejor del liberalismo con lo promisorio de la nueva doctrina social que atraviesa América toda de extremo a extremo. Piensa que es factible un liberalismo socialista, que si cotejamos con el clásico de los utópicos europeos es mucho más avanzado, porque Peralta, desde antes, desde su radicalismo liberal, siempre tuvo muy en alto el papel del pueblo en la transformación social, al contrario de los europeos que demuestran cierto temor, desprecio, etc. a las masas, sosteniendo que la transformación debe hacerse, en la tradición platónica, por los mejores: es decir, una revolución desde arriba. Peralta, no. Todo lo contrario como se desprende de múltiples escritos. Incluso alienta a los trabajadores a despertar y dirigir los destinos de su patria. “La fuerza del Estado está en el pueblo”. “Los obreros son sagrados, porque ellos son los únicos que elevarían la República a la altura de la civilización moderna: son los hombres nuevos, en cuyo engrandecimiento estriba el progreso nacional”,16 sostiene.

En  su Discurso, con motivo de la fundación de la Sociedad Ilustración Obrera del Azuay, el 1º de Mayo de 1925, dice en el aula magna de la Universidad de Cuenca: “la época actual está marcada por la emancipación del trabajo… Este siglo es vuestro: siglo de valoración de las verdaderas fuerzas vivificantes de la sociedad, siglo de reivindicación del derecho y la justicia, que todos los despotismos le han negado al obrero”, al del taller y al labrador de la tierra; “vosotros seréis los creadores de la futura patria: la reivindicación de los justísimos derechos del trabajo, será la base granítica del porvenir de la democracia ecuatoriana”. E introduce un nuevo momento en el desarrollo de sus ideas acerca del socialismo: “Dada la situación, ha llegado la hora de plantear el problema en el terreno que los estadistas denominan Socialismo de Estado, es decir socialismo dirigido, encausado por los mismos gobernantes, que se colocan a la cabeza del movimiento, para suavizarlo y hacer que sea beneficioso y tranquilo. Ya no es posible retardar la concesión de las garantías a que es acreedor el obrero”.  Se inclina por la vía pacífica de la toma del poder,  y clama por la educación de los trabajadores “para ponerse al nivel de las clases privilegiadas”: Quiere por ese camino, el de la vía electoral,  que lleguen a la legislatura “hombres probos y prácticos salidos del propio seno del pueblo trabajador”, para reemplazar a  los “ignorantes y venales”. El socialismo de Estado que propone, debe proteger el trabajo y “reprimir la opresión del capitalismo” y tender, mediante medidas que propone, la supresión paulatina del proletariado, poniendo la propiedad agraria, en lo posible, al alcance de los pequeños haberes”. Señala la necesidad de la protección de las industrias, la redención de la agricultura “fuente perenne de riqueza” eliminando absurdos sistemas económicos, exonerando de gravámenes prediales a las pequeñas propiedades del indio y del labriego”. Ahí mismo se compromete a dar inicio a una serie de conferencias de Extensión universitaria para la clase obrera.17



Una de ellas es el trabajo que titula “Lecciones al pueblo”, donde introduce un nuevo concepto: socialismo liberal, aquel “que no suprime ningún derecho, sino que anhela que todos los asociados, gocen de los derechos sociales, con la posible igualdad”.18 Ahí plantea, nuevamente, que la vía para instaurar el programa socialista es a través de los comicios: “elegid mandatarios patriotas, amantes sinceros del pueblo, preparados para la obra de redención que nos ocupa, y vuestros anhelos serán pronta y satisfactoriamente colmados”. Al calor de las ilusiones que presenta la revolución juliana plantea también la alianza de los obreros con los indios y el ejército, para llevar a cabo la gran tarea; reforma agraria que reparta latifundios incultos y los de la Junta de  Beneficencia a precios justos; abolición definitiva del concertaje; reforma fiscal y tributaria que incentive la producción agrícola e industrial y proteja el valor del dinero. Y en lo espiritual: multiplicación de escuelas rurales, obligación de grandes propietarios e industriales a asegurar maestros para la educación de los hijos de los trabajadores; prohibición absoluta de trabajo de menores de 15 años; creación de escuelas nocturnas y extensión universitaria para los trabajadores; libre asociación obrera; redención definitiva del indio convirtiéndole en ciudadano real de la república; promulgación de leyes laborales como  protección por accidentes de trabajo, etc., etc.

Más tarde, en 1927, escribirá, “La fuente del socialismo”, artículo con el que contribuye para la revista Llamarada de los estudiantes universitarios de Quito. Y posteriormente, en 1930, sus discípulos A. Moreno Mora, Luis Monsalve Pozo y César Andrade y Cordero, fundadores de la revista de renovación Mañana, de clara orientación socialista, conseguirán que colabore con un artículo más sobre el tema: “El proletariado en el Ecuador”. En este escrito describirá, tomando gran parte de sus “Lecciones al pueblo”, la miserable situación del proletariado ecuatoriano, con salarios ínfimos, expuestos constantemente al desempleo y sus familias a las enfermedades, sin acceso a alimento digno ni a medicinas. Lo mismo de siempre, lo que ha venido denunciando desde 1889: hambre, carestía de la vida, impuestos, falta de educación, ambiente favorable para la delincuencia y desesperación de las masas lo que describe Peralta. Mientras en el polo opuesto,  la tiranía del capital con complicidad del Estado, y “el capitalista, enriquecido con el trabajo de ese hombre a quien los pesares ahogan, lo mira sucumbir sin conmoverse”.19 La conclusión lógica, predice convulsiones sociales, ante la explotación e indiferencia con “ese inmenso grupo de víctimas de la injusticia social, de la despiadada ambición del capitalismo, de la imprevisión de los gobernantes y las leyes, de la incuria con que los Poderes Públicos ven amontonarse en el horizonte, esas nubes precursoras del rayo y de las tormentas sociales, sin que nadie se proponga conjurar tan temible y asoladora tempestad”.20 Palabras dichas hace 73 años, que no son más que la extensión de esa incuria e injusticia social que preludian tempestades sociales.

Activo políticamente hasta casi las postrimerías de su vida, como líder del partido que cada vez más se aleja del pueblo para convertirse en expresión de los intereses de la burguesía compradora y vendedora, en donde la ganancia es el único móvil de sus actos, sus posiciones se radicalizan, y cada vez está más convencido que el socialismo es la única posibilidad, la única salida para el Ecuador. Esto se manifiesta con claridad cuando en la década de los treinta Arroyo del Río pretende la candidatura a la presidencia por el partido liberal. En la Asamblea, reunida en Quito con este fin, su oposición es abierta, porque  piensa que  “el triunfo de su candidatura significaría la ruina económica del país, el recrudecimiento de la explotación, la lápida funeraria a los ideales todos de los partidos de izquierda”. Hoy que la historia ha dado su veredicto, le da la razón a quien de tanto bregar en la política nacional, tiene una penetrante intuición cercana a la profecía. Y es tajante en su argumentación: “El gobierno de Arroyo del Río nos entregaría maniatados al imperialismo extranjero, puesto que el Sr. Arroyo es el vocero jurídico, el representante de sociedades extranjeras absorbentes”. Y concluye que apoyarle, en nombre de la supuesta unidad y hegemonía del partido, sería una claudicación cobarde  de los principios del radicalismo. “Frente a nuestra vergonzosa debilidad, el socialismo será ahora una fuerza moral incontrastable. Frente a esta ambición bastarda de los liberales, el socialismo constituirá ahora, más que nunca una noble aspiración legítima”.21 Palabras de quien ha hecho todos los esfuerzos por reconstituir el radicalismo, cuyo ocaso ha llegado definitivamente. En esa circunstancia, el socialismo es la alternativa.

El socialismo que propugna Peralta, si bien es precursor por las condiciones de retraso y desarrollo industrial incipiente del Ecuador, difícilmente puede calificarse de utópico. Al contrario, el suyo está más cerca de la realidad, de lo factible, para poner las bases de lo que el mismo define como socialismo científico. Peralta no sueña con Icarias como Cabet, ni con falansterios como Fourier, tampoco imagina islas de armonía y bienaventuranza como Moro, Campanella o Mably. Él tiene una ventaja sobre todos ellos, a diferencia de los constructores de sociedades ideales, él ha gobernado y ha jugado un papel preponderante en la transformación social de su país; y las frustraciones, las desilusiones, las traiciones y las mezquindades humanas relacionadas con el poder que tan profundamente conoce y describe en sus obras políticas fundamentales, le han permitido reflexionar creativamente, con criterio más práctico, sin traslados mecánicos de experiencias diferentes a nuestra realidad.

Es más, Peralta diseña alternativas políticas que den continuidad al proyecto radical truncado por el contubernio de terratenientes y liberales de derecha. No tiene tampoco la limitación de la gran mayoría de socialistas utópicos, que al no entender el papel de los trabajadores en la transformación de la sociedad, les excluyen, les menosprecian y les consideran incapaces de un rol principal. Es denominador común de los utópicos más destacados el creer posible la revolución desde arriba, evitando al máximo la participación popular. Peralta, actor él mismo de la gesta del 95, sabe mejor que nadie la importancia de los sectores populares en la implantación de las reformas sociales radicales. Pero también conoce del costo social que significa cuando las mismas se implantan por métodos violentos, y por eso plantea, ante lo recalcitrante de las clases dominantes nacionales, fórmulas conciliatorias para mejorar la mísera situación de campesinos, artesanos, obreros y trabajadores en general. Como Saint Simon quiere que se respete la propiedad privada, pero haciendo partícipe de los beneficios de la producción al empresario y al obrero, es decir una distribución más equitativa de las ganancias. Una reforma agraria que entregue las extensas tierras incultas de terratenientes indolentes a quienes realmente las necesitan a cambio de una indemnización, a través del pago de un interés equitativo hasta la amortización del capital adeudado por la compra. Y al mismo tiempo,  planificación estatal apoyada por la ciencia y la técnica, políticas de instrucción pública que acorten cada vez más las diferencias sociales, para dignificar no solo la vida material sino también espiritual de ecuatorianas y ecuatorianos.

No hemos creído conveniente en esta oportunidad entrar en polémicas innecesarias con quienes, por ignorancia o mala fe, han tratado de minimizar esta faceta del desarrollo ideológico de José Peralta. Pues es sabido que cuando un personaje histórico puede erigirse en ejemplo de su pueblo, es preferible estereotiparle y acomodarle a ciertas conveniencias políticas. Con Peralta se ha actuado peor. Unos tratando, mezquinamente de criticar su actuación política, otros, sus ideas, han contribuido, ingenua o malintencionadamente, al desconocimiento de la dimensión real de su pensamiento,  de su gran legado a la cultura nacional y continental. Se ha conspirado, en vida y después de muerto, en contra del egregio hombre nacido en la entraña misma del pueblo del Cañar.

Digan lo que digan, quienes no pueden elevarse a la objetividad histórica que las ciencias sociales demandan cuando se analiza la trayectoria de sus más relevantes personajes, difícilmente podrán eliminar, en el caso de José Peralta, su radicalismo social y su antiimperialismo, facetas del grande hombre que todavía no deja dormir tranquilos a mentes ancladas en oscuras épocas de la comprensión del mundo en que vivimos. El “radicalismo implica una mayor democratización social, la primera intentada en planos nacionales –dice el escritor uruguayo Carlos Rama– entre los latinoamericanos que enfrenta a las élites tradicionales, y posee un estilo que expanden en sus obras escritores y periodistas famosos de esos años, como es el caso del peruano Manuel González Prada, y en principio de todos los “modernistas”, entre los cuales el más caracterizado es el cubano José Martí”.22 Y Peralta entre ellos, agregaríamos nosotros.

En la actualidad, las duras lecciones políticas que se desprenden de la historia social de las últimas décadas, han permitido a los que reflexionan sobre las teorías que buscan alternativas viables para una convivencia racional entre los humanos, abandonar dogmatismos y esquematismos, aparte de oportunismos y traiciones, que abonaron para que la barbarie imperialista que vivimos se imponga, quién sabe por cuánto tiempo. Es interesante señalar que Norberto Bobbio, el prestigioso filósofo y politólogo italiano, desarrolla su propia teoría de la conveniencia del socialismo liberal.  Y marxistas como el cubano Roberto Fernández Retamar, hacen suyas las conclusiones que surgen de discusiones que sobre la izquierda y el carácter revolucionario se llevan a cabo en su patria después de la caída del sistema socialista de Europa oriental: “la izquierda revolucionaria no ha sido necesariamente marxista, ni cultivar el marxismo ha significado obligadamente ser de izquierda revolucionaria”.23

En nuestro país, no faltaron quienes jurasen que Peralta no tiene pensamiento socialista, por no haber llegado al marxismo. La práctica social, demuestra que, para reorganizar la sociedad, es necesaria la confluencia de múltiples concepciones progresistas, especialmente en sociedades tan heterogéneas y de estructura social tan compleja como la nuestra: suficiente es honestidad y desprendimiento en beneficio del interés general, no de mezquinos intereses personales o de grupúsculos de poder. Así, los postulados más radicales del movimiento indígena y campesino, de los que profesan la teología de la liberación, de sectores socialdemócratas afines a los verdaderos intereses populares y de todas las tendencias marxistas sanas, no contaminadas por incalificables intereses, serán, algún día el único frente que venza la prepotencia de los sumisos al imperio que en nuestra patria han adoptado el neoconservadurismo como bandera de explotación e infamia.


Notas bibliográficas:

1 José Peralta, Eloy Alfaro y sus victimarios, segunda edición, Offset Monsalve, Cuenca, 1977, p. 14.
2 José Peralta, Mis memorias políticas, Infoexpres, Quito, 1995, p. 8.
3 Ibídem, pp. 8-11.
4 José Peralta, “El proletario”, en El Constitucional Nº 2, Quito, 12 de junio de 1889.
5 Jorge Núñez, “José Peralta, un pensador latinoamericano en la época de emergencia del imperialismo”, en Jorge Núñez Sánchez (editor), Historia política del siglo XIX, Colección Nuestra Patria es América Nº 3, Editora Nacional, Quito, 1992.
6 José Peralta, Escritos del destierro, Lima, 1914, Inédito.
7  Ibíd.
8 Eloy Alfaro y sus victimarios, op. cit., p. 7.
9 Jorge Núñez, op. cit., p. 13.
10 Ibíd.
11 José Peralta, La esclavitud de la América latina, Cuenca, 1975, p. 6.
12 José Peralta, Escritos del destierro, op. cit.
13 Ibídem.
14 José Peralta, “¡Pobre pueblo!”, en Años de Lucha, t. I,  Editorial Amazonas, Cuenca, 1974  p. 150.
15 José Peralta, “El problema obrero”, en Años de lucha, t. III, Cuenca, 1976, pp. 296-297.
16 “¡Pobre pueblo!”, op. cit., p. 139.
17 “Magistral discurso del Presidente Honorario del Comité Sr. Dr. D. José Peralta, pronunciado el 1º de Mayo en la sesión Solemne”, en  La Ilustración Obrera Nº 1, Cuenca, 10 de mayo de 1925.
18 José Peralta, “Lecciones al pueblo”, en Oswaldo Albornoz Peralta, José Peralta, periodista, Centro de Impresiones de la FACSO, Quito, 2000, p. 110.
19 José Peralta, “El proletariado en el Ecuador”, en Mañana, Cuenca, febrero de 1930. p, 311.
20 Ibíd., p. 310
21 Documento personal que reposa en el Archivo de José Peralta.
22 Carlos M. Rama, Historia de América Latina, Editorial Bruguera S.A., segunda edición, Barcelona, 1982, p. 126.
23 Cfr. Roberto Fernández Retamar, Concierto para la mano izquierda, Fondo Editorial Casa de las Américas,  La Habana, 2000, p. 9.


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