JOSÉ
PERALTA
Un
revolucionario ejemplar
César Albornoz
Inmediatamente después del triunfo de la
Revolución Liberal las disensiones internas en las filas del partido rojo se hacen presentes entre
los liberales de paso corto, que
quieren transformaciones superficiales y el control del aparato del Estado, y
los radicales que quieren
transformaciones profundas para redimir al pueblo ecuatoriano y poner las bases
de una sociedad moderna y más justa.
José Peralta es de los que pronto
advierten ese círculo tenebroso rodeando al General Eloy Alfaro para detener el
rumbo adecuado del proceso revolucionario, siendo él mismo víctima de las
calumnias de aquellos que veían con temor su innegable liderazgo por la causa
radical, por lo que tratan de indisponerlo con el Viejo Luchador, acusándolo incluso como desertor de las filas
radicales, “abusando de que me hallaba incomunicado en un calabozo inmundo,
cargado de grillos, ultrajado a todas horas por una turba de caníbales que sin
cesar pedían mi muerte”, como lo expresa en hoja volante dirigida al Jefe
Supremo.[1]
En ese impreso hace un recuento de su agitada actividad política:
Llevo más de veinte
años de lucha tenaz contra el fanatismo y la tiranía, sin más apoyo que mi
profunda convicción y mi fe inquebrantable en el triunfo de la idea radical; he
pasado mi vida en los calabozos y los destierros, perseguido de muerte,
calumniado, ultrajado por toda laya de fanáticos y tiranuelos, por no cejar un
punto en el camino emprendido; y ahora mismo, teniendo suspenso el puñal
asesino sobre mi cabeza, he rechazado toda proposición adversa a mis
antecedentes.[2]
Esas dos décadas de lucha a que se
refiere, en realidad están llenas de jornadas excepcionales de su vida. Ha sido
desterrado y confinado por los gobiernos
de Veintemilla y Caamaño, ha fundado el primer Círculo Liberal del Azuay en la
región más retrógrada y recalcitrante del conservadorismo ecuatoriano, ha planificado
con sus coidearios una fuga no aceptada
por Luis Vargas Torres para salvarle la vida, ha fundado y dirigido varios periódicos
revolucionarios en los que desarrolla la doctrina liberal y ha enfrentado a lo
más granado de los ideólogos y propagandistas conservadores, ha viajado en
compañía de Manuel Serrano a Guayaquil a pedirle a Alfaro el armamento
necesario para defender la revolución triunfante en el Distrito del Sur, y en
el campo de batalla, al que asiste como auditor de guerra, ha obtenido el grado
de coronel. Ha sido hecho prisionero por las huestes clericales que le condenan
a la pena de muerte, impedida solamente por la determinación del general Manuel
Antonio Franco a proceder de la misma manera con importantes personajes
conservadores en su poder, si no liberan a su correligionario.[3]
Con toda esa trayectoria tenía razón de
reaccionar públicamente contra las maniobras de esos escritores desconocidos en las luchas del radicalismo como califica
a los difamadores que quieren presentarle como adversario de Alfaro, y decide renunciar
a las funciones públicas encomendadas por el Gobierno Supremo:
Ud. está lejos de
creerme desleal –le dice a Alfaro–, si he de juzgar por las honrosas
manifestaciones de benevolencia, con que me ha favorecido cuando salí de mi
calabozo; pero, a pesar de esto, no creo ya conforme con mi dignidad el
continuar de empleado público; se ha puesto en duda mi sinceridad, y debo
retirarme. En consecuencia renuncio el cargo de Ministro Juez de la Corte
Superior de Justicia, y el de Profesor de Derecho Público en el Colegio de San
Luis, con que el Gobierno Regenerador quiso honrarme.
No es esto renunciar a
la honrosa amistad de Ud., ni retirarme de la lucha, Señor General: ni un
instante dejaré de combatir por la emancipación del espíritu, en esta tierra
donde aún imperan las tinieblas del fanatismo más desconsolador y bárbaro.[4]
Cumplido lo que cree conforme con su dignidad,
retoma la lucha ideológica como diputado electo por el Azuay en la Asamblea
Constituyente que se instala en Guayaquil el 9 de Octubre de 1896. Allí presenta
varios proyectos revolucionarios, postulados fundamentales desarrollados ya a lo largo de años de labor periodística,
como la abolición del Concordato, la separación de la Iglesia del Estado, la tolerancia
religiosa, promulgación de derechos humanos pospuestos largamente en nuestra
sociedad –libertad
de pensamiento, de cultos, de imprenta, de enseñanza– y la redención de
las masas trabajadoras en general y del indio en particular:
(…) es tiempo ya de
poner término a la esclavitud de los indios; tiempo es ya de que emancipemos
esa noble raza envilecida por la conquista y el Coloniaje; tiempo es ya de que
elevemos a nuestros esclavos a la categoría de hombres libres, y les hagamos
partícipes de todos los bienes de la sociedad, de todos los frutos de la
civilización y del progreso. Si no debiéramos obrar así ¿para qué la
revolución, para qué tanta sangre derramada por el pueblo ecuatoriano, para qué
tantos sacrificios en aras de la libertad?[5]
En ese memorable discurso del 4 de enero
de 1897 –pronunciado
en la Asamblea trasladada a Quito por causa del gran incendio de Guayaquil y la
fiebre amarilla que asola a esa ciudad– deja sentado un principio esencial de
la solución del problema agrario: que la verdadera libertad del indio está
vinculada con la propiedad de la tierra, cuestión brillantemente desarrollada
tres décadas después por Mariátegui en sus Siete
ensayos de la realidad peruana. Propone
también la abolición de las odiosas contribuciones eclesiásticas
–primicias y derechos de estola– a que estaban obligados los campesinos e
indígenas del país.
Cuando se aborda la nueva ley de
división territorial se anticipa a un problema crucial de nuestros días, proponiendo
la descentralización administrativa
que dote de régimen municipal incluso a nivel parroquial, para que el pueblo
como comunidad local tome las decisiones
acuciantes de su diaria convivencia, medida altamente democrática para que
regiones postergadas mejoren su nivel de vida, siendo objetada por los
asambleístas con el argumento de que todavía
no es tiempo.[6]
De esa Asamblea se retira desilusionado
ante la debilidad ideológica de la gran mayoría de los representantes, muchos
de ellos con mentalidad terrateniente, que no estaban dispuestos a destruir “lo
vetusto, lo tradicional, lo que constituía el baluarte del fanatismo y la
opresión”, peor concebir que “reedificar sin haber demolido el edificio
ruinoso”, era francamente insensato.[7]
Los proyectos de Peralta si no eran rechazados, encontraban la más feroz
oposición, asombrosamente, por muchos de los diputados que habían llegado a sus
curules por el Partido Liberal. En sus Memorias
dirá que la minoría roja fue derrotada
en todo terreno, “no por los clericales, sino por nuestros propios
copartidarios”.[8]
Suspende su alejamiento voluntario de la
actividad política por insistencia de connotados liberales y luego de mantener una
larga conferencia telegráfica con Alfaro, en la que reitera sus puntos de vista
sobre el curso de la revolución y las condiciones en que estaría dispuesto a
colaborar. El Viejo Luchador le
habría dicho entonces: Venga usted y
pondremos el hombro a la obra de mejorar esa situación que tanto le alarma.[9]
José Peralta con Eloy Alfaro y los hnos. John y Archer Harman (últimos a la derecha) en la inauguración de la Estación del Ferrocarril en Mocha, 1905.
El 18 de septiembre de 1898 es nombrado
ministro de Gobierno y de Hacienda y en octubre de Instrucción Pública y de
Relaciones Exteriores y Cultos, ante el espanto de moderados y conservadores
que habían hecho todo lo posible por evitarlo. Desde entonces, se convertirá en
el colaborador más decidido de la obra transformadora emprendida por el general
Alfaro, en medio de una prolongada guerra civil y las insuperables limitaciones
que les impone la Constitución aprobada. Colaboración que se convertirá en
profunda amistad, hasta el fin de sus días, con quien lo llamaba públicamente su amigo de primera fila. “¡Qué obra de
transformación revolucionaria que inician Alfaro y Peralta! –dice al respecto
Gonzalo Abad Grijalva–, y eso que en aquellos tiempos no se habían inventado
todavía los “planes de transformación y desarrollo”. Peralta se preocupa de
dejar su huella en todos los frentes”.[10]
Ante el impedimento constitucional de la
separación de la Iglesia y el Estado, Peralta como ministro de Cultos opta por el
restablecimiento de la Ley de Patronato que va acompañada con la supresión de
los llamados tributos de estola o
parroquiales y las contribuciones eclesiásticas sobre la agricultura –fuentes
de abuso y exacciones que pesaban sin misericordia sobre los campesinos
ecuatorianos–, la prohibición de enajenar o gravar los bienes de la Iglesia,
especialmente los de manos muertas,
reducción del clero a funciones propias de la religión, sin inmiscuirse en los
asuntos del Estado. En síntesis, medidas “tendientes a impedir que la clase sacerdotal
prosiguiera por la execrable senda de amontonar riquezas a costa de la sangre y
de las lágrimas del pueblo; de oprimir, explotar y degollar a las ovejas del
rebaño que Cristo había confiado a sus discípulos”,[11]
poner fin con ello, a todos los privilegios medievales de que gozaba la
clerecía nacional.
Como ministro de Instrucción Pública
propugna una verdadera revolución cultural mediante una profunda Reforma
Educativa desde la primaria hasta la Universidad, que impulse el desarrollo
científico del Ecuador. Lo que por decretos
ejecutivos puede llevar a cabo lo hace, el resto exhorta al parlamento para que
cumplan con la patriótica labor, que, desgraciadamente por su composición y
alineamientos ideológicos, no está a la altura de las circunstancias
históricas, y aún ahora, un siglo después, muchas de las propuestas peraltianas
siguen manteniendo vigencia por la incuria e incumplimiento de los padres de la patria. Ahí están sus Informes a la Nación demostrando lo
avanzado de su pensamiento y la mezquindad de nuestros políticos de turno.
A pesar de todo, durante su gestión, se instaura
realmente la educación laica y se fundan escuelas y colegios por todo el país,
institutos normales en Quito, Guayaquil y Cuenca y el Conservatorio Nacional de
Música. Se trae profesores extranjeros para que apliquen los métodos
pedagógicos modernos, totalmente ausentes en el país, y se fundan bibliotecas
públicas para llevar la luz al pueblo.
Aboga por el incremento de los paupérrimos salarios de los maestros congelados
durante años y porque se solucione el deplorable estado de las edificaciones
escolares, dotándoles de los implementos necesarios. Y para la ilustración de
la población adulta que no ha tenido acceso a la educación, se crean centros de
enseñanza nocturna. Todas esas acciones benefician grandemente la instrucción
de la mujer ecuatoriana, aspecto al que Peralta presta especial cuidado: ya no
hay provincia en el país “que carezca de un Colegio de niñas en los que la
enseñanza deja poco que desear”, dice en su Informe de 1899.[12]
Nuevamente clama ante el poder legislativo por la redención de la población
indígena, desgraciadamente ante oídos de sordos congresistas:
Educar a los indios
sería regenerar la sociedad, aumentar el número de ciudadanos útiles en más de
ochocientos mil, multiplicar prodigiosamente los elementos de progreso; y, sin
embargo, la Ley
de Instrucción Pública no contiene ninguna disposición que favorezca
especialmente a tan desheredada raza. Un
Decreto Ejecutivo quiso llenar tan lamentable vacío; pero el egoísmo y
crueldad de los propietarios lo ha vuelto nugatorio, ha burlado el patriotismo
y filantropía del Jefe de Estado. Y los indios, no lo olvidemos, componen la
mayor parte de la población de la
República ; de modo que mantenerlos en la ignorancia y el
atraso, es renunciar expresamente a la prosperidad de la Patria.[13]
En lo económico contribuye con toda firmeza
al combate contra el concertaje de indios –verdaderos esclavos a inicios del
siglo veinte–, planteando el salario como remuneración obligatoria a todo
trabajo, igualmente a la instauración del patrón oro para corregir distorsiones
en materia de política monetaria y a la obra magna del liberalismo, la
construcción del Ferrocarril Trasandino,
obsesión de Eloy Alfaro, para dinamizar la economía nacional y unir a un país
dividido por la geografía:
Unir esas confinadas
poblaciones (serraniegas) con el océano, suprimir las distancias y dificultades
del camino por medio de la locomotora, separar las montañas que nos ocultaban
el horizonte infinito, facilitarnos el trato con los demás pueblos, no era sólo
las industrias y el comercio, sino crear un activo y directo cambio de ideas y
costumbres, despertar en la nación las nobles emulaciones con la vista de la
prosperidad de los otros países, hacer que los ecuatorianos establezcan
comparaciones saludables y se apasionen por la libertad y la justicia, en fin,
darnos alas para salir del reino de las tinieblas y acercarnos a la claridad
bienhechora.[14]
Ministro encargado de Hacienda en los
momentos cruciales que había que encontrar la manera de financiar el monumental
proyecto, es a Peralta a quien le corresponde firmar los bonos del Ferrocarril,
con riesgo de ir a la cárcel si fallaba la contraparte, como reconoce
agradecido Alfaro en cartas personales y en su Historia del Ferrocarril del Sur. Así se inició la construcción del
ferrocarril más barato de América, a juicio de Peralta, que reportó
inmediatamente ingentes beneficios al país y se concluyó con su ingreso a Quito
en 1908, a pesar de las múltiples dificultades y encarnizada oposición de los
sectores más retrógrados de la patria que lo calificaban de objeto diabólico y
a la línea férrea, camino de los demonios. [15]
Desde la Cancillería, en cambio, restablece
las relaciones con Italia, rotas por García Moreno, apoya incondicionalmente a
la segunda Misión Geodésica Francesa que viene al Ecuador a rectificar
mediciones y cálculos astronómicos de la primera y transforma radicalmente el
funcionamiento de ese ministerio. Mario Alemán, distinguido diplomático ecuatoriano,
resume así su destacada labor como ministro de Relaciones Exteriores:
(…) impulsa
dinámicamente la acción externa del Ecuador, que a partir de entonces se
convierte de espectador en actor de la vida internacional. Impulsa el aumento
del número de representaciones diplomáticas en el exterior. Nacionaliza, es
decir pone en manos de los ecuatorianos, buena parte de nuestro cuerpo
consular. Participa activamente en reuniones y conferencias internacionales.
Suscribe numerosos convenios internacionales. Reforma el reglamento consular
para incrementar las rentas del servicio exterior e inicia su reestructuración,
con miras a crear una carrera diplomática que defienda de mejor manera los derechos
de la nación. Pero lo fundamental y más destacado es el evidente cambio que
introduce en el enfoque de la política internacional. Quiere hacerla plenamente
soberana, dentro de una visión latinoamericanista, y con un estilo transparente
y alejado del secretismo, sustentado más bien en la opinión y el debate
públicos como medio eficaz para frenar las arremetidas expansionistas de los
estados vecinos y de otros no tan vecinos.[16]
Sin embargo, es en 1906 cuando en una verdadera
segunda revolución se cristalizan las conquistas más sentidas del liberalismo
radical. Y en esta ocasión Peralta una vez más tiene papel protagónico. Como
diputado por la provincia del Cañar asiste a la Asamblea Constituyente en la
capital y dirige la estrategia de los radicales para elaborar la nueva
Constitución, de la que es redactor y codificador Ésta será reconocida como una
de las mejores constituciones que ha tenido el Ecuador y, según el criterio de
varios estudiosos, una de las más avanzadas de América Latina. En ella quedan plasmadas
aspectos fundamentales del credo liberal: separación de la Iglesia del Estado, enseñanza laica, ampliación de la
libertad de prensa y de asociación,
inviolabilidad de la vida, garantías al trabajo, a la industria y a la
propiedad, todo un capítulo de garantías y libertades públicas, conforme con
las más adelantadas y democráticas constituciones del mundo.
En 1910 asume nuevamente la dirección de
la política internacional del país, al ser nombrado canciller por Alfaro, ante
la delicada situación por el conflicto limítrofe con el Perú y su labor es
aplaudida por la mayoría de los sectores
políticos. Su prestigio alcanza los niveles más altos. Cuando en 1911 se habla de
la sucesión de Alfaro, está entre los favoritos. “Don Eloy pensaba en Peralta”
dice Alfredo Pareja Diezcanseco.[17]
Declina a tan alto honor, como cuando su amigo le propusiera en 1901sea su
candidato, para evitar la convulsión social que generaría en el país la
oposición.
Pero en las filas del Partido liberal
afloran las ambiciones por el poder y hay varios lugartenientes de Alfaro que
se creen con derecho a la primera magistratura. Se preludia un trágico y
desconsolador desenlace que comienza con el golpe de Estado de agosto. Medio
año más tarde, luego de una cruenta guerra civil, se prenderán las piras de la hoguera bárbara inmolando al más grande ecuatoriano de todos los tiempos
y a varios de sus más cercanos compañeros de lucha. Los culpables directos del
crimen absueltos por el congreso de 1919, aun ahora, siguen impunes por la complicidad o cobardía de los poderes del
Estado pertinentes que no se han
atrevido a condenarlos como un acto de elemental justicia con quien tanto hizo por
la Patria.
Ese lóbrego ocaso de la Revolución
Liberal, lanzó a Peralta a un largo destierro, primero a Europa y luego a Lima, en el que el ideólogo y estadista da paso al
pensador maduro y profundo que, a pesar de las circunstancias adversas, lejos
de la vertiginosa actividad política a la que le había llevado el proceso revolucionario
desde la segunda mitad de los años ochenta del siglo XIX hasta 1912, al fin
tiene el tiempo para que su inmensa cultura se materialice en obras de gran
calidad en los más diversos campos: filosofía, política, sociología, historia,
etc.[18]
De 1917 a 1919 cumple su última función
estatal como Ministro Plenipotenciario y Extraordinario ante el gobierno del
Perú, en la misión que le encomienda Alfredo Baquerizo Moreno para que maneje
en Lima nuestra controversia limítrofe. Renuncia finalmente por desavenencias
con el ministro de Relaciones Exteriores Aguirre Aparicio. En este lapso
concluye su gran alegato Eloy Alfaro y
sus victimarios, donde sindica con nombres y apellidos a los responsables
del crimen.
De regreso al país el Senado le prohíbe
publicar documentos relativos a su gestión diplomática, pero, a pesar de ello, salen
a la luz varias de sus obras en defensa de nuestra soberanía territorial, sólidamente
fundadas en su erudición y amplia experiencia de internacionalista.[19]
Durante todo ese tiempo su pensamiento
ha evolucionado del liberalismo radical
hacia un claro antiimperialismo, y para cuando ejerce la rectoría en la
Universidad de Cuenca verá en el socialismo que llama liberal o de Estado la
alternativa para el avance social del Ecuador.[20]
Plantea la repartición de los medios de vida, principio que considera el más
hermoso ideal del socialismo, sin abolir la propiedad sino dividirla “a fin de
hacer que todos, o siquiera el mayor número posible, llegue a ser un
propietario”.[21] El
liberalismo, ha terminado por aceptar,
por más radicales que sean sus postulados ya no es suficiente. Las ideas
socialistas maduran definitivamente en su espíritu, conforme éstas toman cuerpo
cada vez más en el país, primero regionalmente y luego a nivel nacional, como consecuencia
de la crisis y la catastrófica situación en la que han sumido a la patria los
nefastos gobiernos plutocráticos.
Cree posible, ya para ese entonces, una
fusión de lo mejor del liberalismo con lo promisorio de la nueva doctrina
social que atraviesa América de extremo a extremo. Piensa en un liberalismo socialista que, si cotejamos
con el clásico de los utópicos europeos, es mucho más avanzado porque Peralta,
desde antes, desde su radicalismo liberal, siempre tuvo muy en alto el papel
del pueblo en la transformación social. Alienta a los trabajadores a despertar
y dirigir los destinos de la patria, pues está convencido que la “fuerza del
Estado está en el pueblo” y que los “obreros son sagrados, porque ellos son los
únicos que elevarían la República a la altura de la civilización moderna: son
los hombres nuevos, en cuyo
engrandecimiento estriba el progreso nacional”.[22]
Su programa socialista propugna la protección
del trabajo y la represión de “la opresión del capitalismo”, la supresión
paulatina del proletariado, poniendo la propiedad agraria, en lo posible, al
alcance de los desposeídos, la protección de las industrias y redención de la
agricultura, “fuente perenne de riqueza”, eliminando absurdos sistemas
económicos, exonerando de gravámenes prediales a las pequeñas propiedades del
indio y del labriego”.[23]
Como los grandes sintetizadores del
pensamiento mundial, Peralta busca vehementemente a lo largo de su evolución
intelectual esas fuentes esenciales para la redención humana y las encuentra en
lo mejor del cristianismo y del liberalismo revolucionario, en la primera fase
de su desarrollo ideológico. Posteriormente, las enriquecerá con su comprensión
del socialismo y su antiimperialismo sin concesiones, que desemboca como
necesidad histórica en la unidad latinoamericana, esa herencia bolivariana de
la que participa desde antes de la revolución con Alfaro, única fórmula para la
salvación de nuestros países, como lo expresa en La esclavitud de la
América Latina.[24]
Enrique Ayala Mora con mucha razón señala
que Peralta “fue aclarando sus ideas y radicalizando sus propuestas, hasta
convertirse en uno de los pensadores de la denuncia social y el
antiimperialismo más destacados del Ecuador y América Latina”.[25]
Por esa herencia de avanzado humanismo, extraído de
lo más valioso y elevado del pensamiento universal para elaborar un proyecto de
desarrollo para nuestro pueblo, José Peralta se constituirá cada vez más –conforme
se lo aprecie en toda su dimensión– en un referente insoslayable de las futuras
luchas que se librarán en nuestra patria, en ejemplo y guía como Bolívar,
Alfaro, Martí, Zapata, Sandino, el Che, Allende, Fidel y cien hombres símbolo
más de Nuestra América.
[1] “Señor General Jefe
Supremo de la República”, Cuenca, Agosto 25 de 1896. Hoja volante que Peralta
publica para manifestar su posición frente a los acontecimientos preocupantes
del rumbo de la revolución.
[2] Ibíd.
[3] Véase José Peralta, Mis memorias políticas, Infoexpres,
Quito, 1995, pp. 4-77.
[4] “Señor General Jefe
Supremo de la República”, Cuenca, Agosto 25 de 1896.
[5] José Peralta, “Discurso
pronunciado en la Convención de 1897”, citado por Manuel Medina Castro, Para la historia nacional de la codicia,
Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas, Guayaquil, 1992, p. 134.
[6] Sobre esto ver más
detalladamente en: César Albornoz, “Actualidad y vigencia del pensamiento de
Peralta”, Revista Ciencias Sociales
Nº 25, Escuela de Sociología de la Universidad Central, Quito, 2005, pp.
150-153.
[7] José Peralta, “El
liberalismo ecuatoriano. Sus luchas.-Sus conquistas.-Sus mártires.-Lo excelso
de su credo”, en Años de Lucha, t.
III, Offset Monsalve, Cuenca, 1976, p. 253.
[8] Mis memorias políticas, op. cit., p. 124.
[9] Ibíd., p. 127.
[10] Gonzalo Abad
Grijalva, “Peralta”, en Mejía Revista de
Arte, Educación y Letras Nº 1-2, Instituto Nacional Mejía, Editorial de la
Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1976.
[12] José
Peralta, Informe del Ministro de
Instrucción Pública al Congreso Ordinario de 1899, Imprenta de la Universidad Central ,
Quito, 1899, p. VIII.
[13] José Peralta, Informe del Ministro de Instrucción Pública al Congreso Ordinario de
1900, Imprenta de la Universidad Central ,
Quito, 1900, pp. IX-X.
[14] Ibíd., p. 170.
[15] Ver José Peralta, El régimen liberal y el régimen conservador
juzgados por sus obras, en Años de
Lucha, t. III, Offset Monsalve, Cuenca, 1976, pp. 109-115.
[16] Mario Alemán, “José
Peralta el primer canciller del Ecuador”, en Textos y Contextos Nº 4, Revista Teórica de la Facultad de
Comunicación Social Universidad Central del Ecuador, Quito, 2005, p. 39.
[17] Alfredo Pareja
Diezcanseco, La hoguera bárbara, t.
II, Colección Media Luna, Quito, 2003, p. 199.
[18] Entre 1913 y 1916
escribe en la capital peruana Escritos
del destierro, La naturaleza ante la
Teología y la Ciencia, La moral de
Jesús, Cuestiones filosóficas, El hombre y sus destinos, Mis memorias políticas, e inicia Eloy
Alfaro y sus victimarios.
[19] Comte rendu y Para la Historia
en 1920, Una plumada más sobre el
Protocolo Ponce-Castro Oyanguren en 1924 y Breve exposición histórico –jurídica de nuestra controversia de límites
con el Perú en 1925.
[20] Entre 1925 y 1931
escribe varios artículos en donde desarrolla sus ideas respecto al socialismo,
con mucha vigencia para aquello que en nuestros días se denomina socialismo del siglo XXI. Ver mi
artículo “José Peralta: evolución de un pensamiento creador”, Textos y Contextos Nº 4, op. cit., pp. 86-96.
[21] José Peralta, “El
problema obrero”, en Años de lucha, t. III, Cuenca, 1976, pp. 296-297.
[22] “¡Pobre pueblo!”, en Años de Lucha, t. I, Editorial Amazonas, Cuenca, 1974, p. 139.
[23] “Magistral discurso
del Presidente Honorario del Comité Sr. Dr. D. José Peralta, pronunciado el 1º
de Mayo en la sesión Solemne”, en La Ilustración Obrera Nº 1, Cuenca, 10
de mayo de 1925.
[24]José Peralta, La Esclavitud de la América Latina,
s.e., Cuenca, 1975, p. 59.
[25] Ver contraportada de
José Peralta, Escritos del destierro,
Universidad Andina Simón Bolívar/ Corporación Editora Nacional, Quito, 2008.
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