La antigua tradición de la
Iglesia cristiana de extorsionar con tributos relacionados con los ingresos de
la gente, oficializada por la corona española para los servidores públicos mediante
Real cédula en 1631, fue revivida en beneficio propio por dos presidentes
ecuatorianos. En sus escritos refiere José Peralta sobre esa especie de annatas y medias annatas, o delito de concusión según nuestras leyes vigentes, que cobraban a sus subalternos José María Plácido
Caamaño y Gonzalo Córdova. El resto de políticos ecuatorianos posteriores que
han incurrido en similares prácticas, no son más que sus discípulos.
I
En uno de sus artículos
publicado en el periódico El Tiempo en 1905[1] José Peralta dice esto respecto al
gobierno y actuación posterior de JOSÉ
MARÍA PLÁCIDO CAAMAÑO, presidente (1884–1888) y gobernador del Guayas
(1894-1895):
“¡Esa fue la época de las finanzas, el reinado absoluto
de la argolla, el imperio del agio y del peculado! Caamaño especuló en todo,
hasta con la Bandera de la Patria… La compra y compostura diaria de buques,
verdaderas joyas arqueológicas; la adquisición de armas, municiones, monturas,
& que se pagaba caro, carísimo, y no llegaban a los parques nacionales; los
frecuentes pedidos de uniformes, muebles, material de telégrafo, & que
nadie llegó a recibir; los contratos ruinosos, celebrados con los de la trinca;
los empréstitos escandalosos, dentro y fuera de la República; la colecta de
fondos sagrados para la defensa nacional; los contrabandos descarados, como los
de ahora; los empleos sujetos a las annatas
y medias annatas, sin exceptuar ni el
miserable sueldo de los celadores de policía; los bienes de los montoneros, & fueron mina inagotable
para el progresismo católico”.
“La codicia era el vicio capital de Caamaño; y,
mientras Cordero gastaba su propia fortuna en sostener el rango presidencial,
en una época en la que la crisis del fisco era alarmante, el gobernador del
Guayas aumentaba de todos modos su caudal, sin desperdiciar para ello ni
fracciones de sucre, ni retroceder ante vergonzosas raterías. Estableció el pago de una especie de annatas y medias annatas, al que estaban obligados todos los empleados del
Guayas, hasta el humilde agente de policía que había de partir su exigua
soldada con el jefe del progresismo, si no quería ser despedido por la
tangente y por cualquier pretexto. El contrabando había dado un maravilloso
remedio para cegar al Argos que lo perseguía: no tenía sino que ir a la parte
con Caamaño, y los cien ojos quedaban de hecho sumidos en oscura y eterna
noche, por más que brillara el sol en el zenit... Los contratos con el fisco,
la adquisición de elementos bélicos, las obras públicas, etc., eran tesoros
escondidos para la generalidad; pero el zahorí de Tenguel descubría hasta la
menor partícula de oro que la tierra en su opaco manto escondía.”
II
GÓNZALO CÓRDOVA ‒elegido
presidente en 1924 y depuesto por el movimiento
popular del 9 de julio de 1925 en rechazo a todo lo que significó la represión
y la corrupción plutocrática‒, es el otro extorsionador de
los funcionarios públicos en varias provincias durante su tiempo como ministro
de Gobierno y de Obras Públicas en la primera administración de Leonidas Plaza
(1901–1904). Les obligaba a tributarle mensualmente para mantenerse en su
cargo, Peralta[3]
lo narra así:
“Harman nos refería después que jamás obtuvo una orden
favorable a la Compañía del Ferrocarril, sin pagar una prima considerable al
ministro de Obras Públicas, Dr. Gonzalo Córdova; y que, con el fin de tener
propicio al general Plaza, se había visto algunas veces en dura necesidad de
concurrir a las sesiones de juego del presidente y dejarse ganar crecidas
sumas, estudiadamente y para complacer al director de aquel garito. ¿Exageraba
acaso Archer Harman? No es verosímil, porque un hombre de su posición no podía
convertirse en calumniador de personas que habían desempeñado tan altos puestos
en la república.
Y
tratándose de Córdova, desaparece toda inverosimilitud; pues llegó aun a
establecer ─sin recatarse y como legítima negociación─ el pago
de annatas y medias annatas en
determinadas provincias, lo que nadie hasta entonces había hecho, ni aun en
los tiempos de mayor pillaje oficial. En Cañar, por ejemplo, no había empleado
que no le pagase a Córdova una buena cuota de su sueldo: de gobernador abajo,
mensualmente y por propia mano, entregaban la suma pactada, al ministro que los
mantenía en el destino. Fatio ut des:
Córdova no extendía nombramiento, sin el consabido “por cuanto vos daréis...” Y digo que no hacía misterio de estas
ruindades, porque cada contribución estaba públicamente destinada a llenar uno
de los domésticos egresos del ministro; y el mismo contribuyente era el
encargado de la inversión, sin tapujos ni disimulaciones que salvaran el
decoro de su codicioso superior. Así, el gobernador invertía el tributo que se
le había impuesto, en costear la educación de la hija del Dr. Córdova, alumna
interna en el colegio de la Providencia, de Azogues...”
[1] Suetonio [seudónimo de J.
Peralta], “Natural y figura…”, El Tiempo, Quito, 31 de agosto de 1905.
[2] Peralta, José Mis memorias políticas, 4ta. ed., Editorial
de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2012, p. 89-90.
[3] Peralta, José Mis memorias políticas, op. cit., p. 335.
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