martes, 24 de julio de 2018

Recordando el legado de Bolívar


Que el natalicio del Libertador sirva para recordar a los latinoamericanos que nuestra única alternativa como países soberanos es la integración: principio bolivariano desgraciadamente olvidado por varios de los presidentes genuflexos que hoy nos gobiernan. Los liberales radicales del Ecuador al igual que sus pares latinoamericanos fueron de los primeros que reivindicaron esa tarea pendiente. Esto lo que dice José Peralta sobre una de las mayores herencias que nos legó el bolivarianismo.



La unidad latinoamericana predicada por Bolívar es la única alternativa de soberanía para nuestros pueblos[1]

  
José Peralta





La política internacional norteamericana es meramente económica: toda su ciencia diplomática se reduce a la habilidad con que tiende una red pérfida, de mallas de oro, alrededor de las naciones que desea vencer. Si la codiciada presa no se enreda prontamente en el lazo, viene al auxilio del cazador, el soborno, el cohecho, que no faltan corrompidos y traidores que venden su patria por ambición o por codicia.

  Coolidge[2] quiso honrar la memoria de los ciudadanos muertos por la República; y no hizo otra cosa que recitar cínicamente una parodia de aquella oración del fariseo, que subía al templo y le recordaba a Jehová, en alta voz, todas sus pretendidas buenas obras, creyendo engañar a Dios y a los hombres. “Jamás nos hemos movido contra otras naciones –dijo el hipócrita orador– por ambición de conquista, por deseo de poder, por anhelo de extender el territorio, menos por venganza. No hemos robado a ningún pueblo su independencia, ni hemos levantado la mano para oprimir a nadie. Cuando nuestros ejércitos han combatido, ha sido en apoyo de gobiernos que no pueden gobernarse por sí mismos; para ampliar la órbita de la libertad, en defensa de los principios de toda libertad!” ¡Cuánto cinismo y mala fe! ¡Qué cruel bofetada a la Historia, y a todos los que hemos presenciado los crímenes cometidos contra Colombia y México, Panamá y Nicaragua, Santo Domingo y Haití, Venezuela y Honduras, y tantas otras víctimas de la amoral política yanqui!

  No eran desconocidos para Bolívar los abismos que separaban a las dos razas antagónicas; y su visión profética alcanzó a penetrar en las tinieblas del futuro, y adivinó la suerte de la América española, al frente de un Estado rival, cuyo utilitarismo extremo había de ahogar todo sentimiento de confraternidad y justicia. Por esto puso tanto empeño en la unión hispanoamericana, considerándola como la única salvación posible de las nuevas nacionalidades, amenazadas por dos formidables enemigos: el imperialismo europeo, al presente; y el imperialismo anglosajón, en el porvenir.

  La mente de Bolívar era, pues, unir y solidarizar a nuestras repúblicas, sin mezclar en el pacto meditado a ningún pueblo extraño a la familia hispana, menos a los Estados Unidos. En la Circular de 7 de diciembre de 1824 vuelve el Libertador a restringir la unión americana a los pueblos emancipados de España. “Después de quince años de sacrificio consagrados a la libertad de América –dice– es tiempo ya de que los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos. Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al ejercicio de una autoridad sublime… Tan respetable autoridad no puede existir sino en una Asamblea de Plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras repúblicas, reunida bajo los auspicios de la victoria, obtenida por nuestras armas contra el poder español”. No puede ser más clara la exclusión del elemento norteamericano, que Bolívar tenía ya como generador de futuras discordias, de ambiciones desenfrenadas, de fatales desbordamientos de la fuerza contra el derecho, de opresión y tiranía sobre la América española.[3]

  En el Programa del Congreso[4] figuraban, entre otros, estos dos importantes proyectos: abolir la esclavitud y transformar en universal la doctrina de no intervención, de suerte que ninguna nación pudiera inmiscuirse en los negocios internos y privativos de otra. Estos proyectos desagradaron a un país que explotaba el sudor de los esclavos; y que, por boca de Monroe, había restringido la aplicación de aquella doctrina, sólo a las naciones europeas, reservándose, in pectore, intervenir en las repúblicas americanas, oprimirlas y despojarlas, como luego ha sucedido. La previsión de Bolívar, en cuanto al principio de no intervención, venía a demoler los cimientos de la artera y desleal política, mediante la cual esperaba la república anglosajona ejercer la más omnímoda hegemonía en nuestro hemisferio; y la invitación fue acremente combatida en el parlamento. Pero, como no se tuvo por oportuno una repulsa franca, Buchanan propuso que se hiciesen representar los Estados Unidos en el Congreso de Panamá, con tal que los Plenipotenciarios se abstuvieran de toda alianza, sea ofensiva o defensiva, con las repúblicas hispanoamericanas. La Asamblea del Istmo contaba con otros dos espectadores, con carácter diplomático; y aun esta irrisoria moción fue aprobada con la insignificante mayoría de dos votos. Y mientras tanto, la Comisión del Senado, encargada de estudiar este asunto, adoptó por unanimidad la doctrina intervencionista, como derecho indisputable de la República modelo sobre sus hermanas menores, inhábiles aún para regirse por sí mismas. Y los dueños de esclavos, o especuladores con la importación de ébano viviente, pusieron el grito en las nubes contra Bolívar y sus delirios.



  Norte América ha concebido a su modo el derecho de conquista, y modificado los procedimientos para establecer y cimentar su dominación sobre los pueblos conquistados. No se aviene con la ruptura violenta, con la guerra franca y devastadora desde los comienzos (…) Los medios preferidos por este temible conquistador no son, pues, ni sus numerosos ejércitos, ni sus formidables escuadras, elementos de muerte y destrucción que suelen ostentar ad terrorem, y reserva para cuando llegue el imprescindible caso de apoyar con el cañón su artera política, de reforzar con la espada las mallas de oro en que envuelve a los países conquistables. La vanguardia yanqui es el Dólar, en sus múltiples fases, en sus infinitas combinaciones, en sus diversas formas de lazo aleve, hipócrita y certero, tendido hábilmente alrededor de las codiciadas víctimas. Y los zapadores al servicio del Dólar, son las Misiones financieras, sapientes grupos de malabaristas que les ofrecen maravillas y prodigios a las indoctas multitudes; son los Expertos en bancos y aduanas, los Controladores y Asesores técnicos que los imbéciles y ciegos yanquizantes alquilan y pagan espléndidamente para que esclavicen su país; son los Prestamistas filántropos que entregan sus millones a gobiernos hambreados o ladrones, sobre la inapreciable prenda de la independencia nacional; son los Contratistas de obras públicas, las Compañías mineras, agrícolas, comerciales e industriales, implantadas en el país, las que, según el programa de conquista, crean esos intereses americanos que la Casa Blanca tiene el deber de proteger con la fuerza, sojuzgando a la nación en que han echado raíces. Esto lo afirma unánimemente la prensa latinoamericana, y lo corroboran los estadistas de nuestros países.

  ¡Ay del pueblo que recibe a estos precursores de la esclavitud! La charlatanería científico–económica engaña a las mayorías ansiosas de bienestar y progreso; los grandes empréstitos y los negocios colosales fascinan y cautivan a los más listos; el brillo del oro ciega, maniata y embriaga por completo a las muchedumbres. El conquistador no descansa: mientras ese pueblo goza de las delicias de un paraíso artificial; mientras sueña encontrarse en el seno de la abundancia, rodeado de tesoros incalculables y ante un porvenir brillantísimo, la política yanqui transforma el dólar en grillete; y la víctima de tan hábil felonía aumenta el número de los siervos de la Gran República. Un gobierno incauto, cuando menos lo piensa, resulta deudor de sumas enormes, y toca en la incapacidad de satisfacer ni los intereses de su fabuloso crédito; y, como deudor insolvente se convierte en esclavo mudo y ciego de su adusto y exigente acreedor. Los financistas alquilados, los asesores técnicos, han hecho estudios minuciosos de las riquezas del país, de los elementos de vida e índole del pueblo; se han apoderado insensiblemente de las fuentes de recursos fiscales, conocen su movimiento y secretos; en una palabra, tienen en sus manos todos los resortes de conquista necesarios, sin que los hacendistas criollos se hubiesen dado cuenta de ello. Los prestamistas y empresarios, por su parte, cumplen los números del programa que les atañen: monopolizan gradualmente el comercio y las industrias, sin dejar al país ningún beneficio positivo, puesto que aun los brazos para la explotación, los capataces, los empleados de oficina, los víveres para alimentarlos, las telas para vestirlos, etc., son importados.

  Ese pueblo sin ventura, al que hábil, científica y paulatinamente se le ha privado de todo vigor, de todo elemento de vida, de toda independencia en el manejo de sus intereses, cae a la postre en franco tutelaje. La Gran República termina por declararlo incapaz de gobernarse por sí mismo; la prensa estadounidense lo desacredita, pintándolo como inepto y bárbaro, revolucionario y bolchevique, dilapidador y vicioso, en fin, como un peligro para la paz, armonía y civilización de América. La República Modelo, no puede ser indiferente a tamaña degeneración; y, en interés de la Humanidad, asume el tutelaje de ese pueblo salvaje, y se encarga de educarlo hasta su mayor edad, hasta que se haga digno de la libertad y la emancipación completa. La administración de los bienes del pupilo es lo principal de tan penoso cargo, siendo lo notable que la tutela debe prolongarse tanto más, cuanta mayor sea la riqueza del pueblo sometida a ella…

  Los estadistas yanquis llaman a este paternal cuidado, Mandato Económico; teoría en pugna abierta con el obvio y natural concepto jurídico del contrato de procuración. Porque ¿dónde está el pacto, quién le confiere a este oficioso procurador los poderes necesarios para ejercer su cargo? ¿Qué es lo que constituye, o se hace equivaler al acto mismo de encargarle a Norteamérica, la gestión de los negocios de Haití o Santo Domingo, por ejemplo? ¿Y cómo es posible que un incapaz para valerse por si propio, pueda celebrar contratos y conferir mandatos? ¿Son expresos, son tácitos estos actos jurídicos? ¿Puede una nación, por débil, por pequeña que sea, ejercer su soberanía por medio de una potencia extraña, como mandataria?

  La fuerza prima; la fuerza constituye derecho; y el pretendido Mandato, unilateral, impuesto por el poderoso tácitamente, usurpación hipócrita de los bienes del débil, del inerme, del indefenso, es la negación de todo principio jurídico, de toda moral internacional y privada.

  Minas y bosques, petróleos y empresas eléctricas, fábricas y manufacturas, ferrocarriles y muelles, obras fiscales y municipales, todo es suyo, todo está en sus manos, sin reclamo posible, sin remuneración alguna, sin esperanza de reivindicaciones futuras. ¿Acaso no es un país conquistado por el omnipotente Dólar, y en actual ignominiosa tutela? ¿Acaso no es una nación deudora, que dio en prenda su soberanía, para obtener los enormes préstamos que ha consumido, y que le es imposible cancelar ahora? Y no es esto sólo: el inmisericorde, el legendario Shylock,[5] le cortará al moroso deudor, retazos de carne viva, palpitante; es decir, le cercenará el territorio: islas, puertos, fajas de tierra para canales, concesiones para colonización, anexiones, todo lo que codicie, bajo el pretexto de amortizar así, por lo menos en parte, la deuda nacional.

  No hay pueblo de la América latina que no haya recibido siquiera un picotazo del Águila (…) El pretexto para intervenir en los negocios internos de nuestras pequeñas democracias, es su frecuente estado de guerra civil; (…) quiere pueblos mansos y humildes, mudos y resignados con la paz impuesta a golpes de rebenque, paz que no es sino la inmovilidad y el silencio de los cementerios. (…) Cuando la Gran República interviene en los asuntos domésticos de un pueblo, no es, como pregona, por americanismo y amor a la paz, sino en busca de oportunidades para sus negocios; y cuando cree haber adquirido un derecho, lo declara imprescriptible, sagrado, intocable, so pena de muerte. 


  Bolívar –lo repetiré– previó la fatal intervención de los Estados Unidos en la vida de los pueblos latinoamericanos; lo expresó con amargura, y no cesó de aconsejar la unión de todas las jóvenes repúblicas, para que pudieran defender su independencia. Cuando el Libertador se sintió herido de muerte por la ingratitud de los hombres, más que por los males físicos; cuando abandonado y proscrito, lo envolvía ya la penumbra del sepulcro, habló todavía a los pueblos libertados por su brazo; y el postrer, el supremo consejo del Genio de América, fue la unión, a fin de que fueran fuertes, libres y felices, las naciones que le debían la vida. El estrechamiento de vínculos internacionales, la solidaridad de intereses, el apoyo recíproco, la confraternidad y armonía de los Estados iberoamericanos, fueron para Bolívar, la clave de su libertad e independencia, la condición de su prosperidad y grandeza. La Circular a las Potencias Americanas, de 7 de diciembre de 1824, revela toda la visión profética, toda la sabiduría política, todo el vehemente anhelo por la perpetuidad de la autonomía de cada república, y del imperio de la justicia, la libertad y el derecho, que en el alma grandiosa del Libertador cabían. Por desgracia no fue comprendido…
  Pero aun no es tarde: es urgente salvarnos; y la salvación está en mancomunar nuestra suerte, en unirnos sinceramente con el fin de prestarnos mutua ayuda, para una defensa eficaz y justa contra el imperialismo que nos amenaza. Tomen la iniciativa los más fuertes: el Brasil y la Argentina, Méjico y Chile; y todos los demás pueblos hispanoamericanos concurrirán solícitos a sentar las bases de un acuerdo solemne que afiance la paz y la concordia en el Continente, por medio del respeto a la soberanía de todos y cada uno de los Estados que lo componen. Unirse o perecer, es el fatal dilema; porque el Coloso nos aplastará uno a uno, ante los restantes, amedrentados con el desastre de las primeras víctimas.


[1] Fragmentos tomados de La esclavitud de la América Latina, escrito en 1927 por José Peralta, uno de los máximos líderes de la Revolución Liberal Ecuatoriana (1895-1912). Casi un siglo después, su pensamiento sigue vigente.
[2] Trigésimo presidente yanqui (1924-1929) que en su discurso pronunciado el treinta de mayo de 1927 en el famoso banquete de la United Press, manifiesta lo citado.
[3] Ese postulado fundamental de la integración latinoamericana planteada por Bolívar, es rescatada por todos los luchadores antiimperialistas latinoamericanos.
[4] Se refiere al célebre Congreso Anfictiónico convocado por Bolívar el 7 de diciembre de 1824 a los pueblos liberados del colonialismo español, reunido el 22 de junio de 1826 en Panamá. 
[5] Personaje central de El mercader de Venecia de Shakespeare, prototipo del prestamista cruel y avaricioso.

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