Que el natalicio del Libertador sirva
para recordar a los latinoamericanos que nuestra única alternativa como países
soberanos es la integración: principio bolivariano desgraciadamente olvidado
por varios de los presidentes genuflexos que hoy nos gobiernan. Los liberales
radicales del Ecuador al igual que sus pares latinoamericanos fueron de los
primeros que reivindicaron esa tarea pendiente. Esto lo que dice José Peralta sobre una de las
mayores herencias que nos legó el bolivarianismo.
La unidad latinoamericana predicada por
Bolívar es la única alternativa de soberanía para nuestros pueblos[1]
José
Peralta
La política internacional
norteamericana es meramente económica: toda su ciencia diplomática se reduce a
la habilidad con que tiende una red pérfida, de mallas de oro, alrededor de las
naciones que desea vencer. Si la codiciada presa no se enreda prontamente en el
lazo, viene al auxilio del cazador, el soborno, el cohecho, que no faltan
corrompidos y traidores que venden su patria por ambición o por codicia.
Coolidge
quiso honrar la memoria de los ciudadanos muertos por la República; y no hizo
otra cosa que recitar cínicamente una parodia de aquella oración del fariseo,
que subía al templo y le recordaba a Jehová, en alta voz, todas sus pretendidas
buenas obras, creyendo engañar a Dios y a los hombres. “Jamás nos hemos movido
contra otras naciones –dijo el hipócrita orador– por ambición de conquista, por
deseo de poder, por anhelo de extender el territorio, menos por venganza. No
hemos robado a ningún pueblo su independencia, ni hemos levantado la mano para
oprimir a nadie. Cuando nuestros ejércitos han combatido, ha sido en apoyo de
gobiernos que no pueden gobernarse por sí mismos; para ampliar la órbita de la
libertad, en defensa de los principios de toda libertad!” ¡Cuánto cinismo y
mala fe! ¡Qué cruel bofetada a la Historia, y a todos los que hemos presenciado
los crímenes cometidos contra Colombia y México, Panamá y Nicaragua, Santo
Domingo y Haití, Venezuela y Honduras, y tantas otras víctimas de la amoral
política yanqui!
No eran desconocidos para Bolívar los abismos
que separaban a las dos razas antagónicas; y su visión profética alcanzó a
penetrar en las tinieblas del futuro, y adivinó la suerte de la América
española, al frente de un Estado rival, cuyo utilitarismo extremo había de
ahogar todo sentimiento de confraternidad y justicia. Por esto puso tanto
empeño en la unión hispanoamericana, considerándola como la única salvación
posible de las nuevas nacionalidades, amenazadas por dos formidables enemigos:
el imperialismo europeo, al presente; y el imperialismo anglosajón, en el
porvenir.
La mente de Bolívar era, pues, unir y
solidarizar a nuestras repúblicas, sin mezclar en el pacto meditado a ningún
pueblo extraño a la familia hispana, menos a los Estados Unidos. En la Circular
de 7 de diciembre de 1824 vuelve el Libertador a restringir la unión americana
a los pueblos emancipados de España. “Después de quince años de sacrificio
consagrados a la libertad de América –dice– es tiempo ya de que los intereses y
relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias
españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración
de estos gobiernos. Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran
cuerpo político pertenece al ejercicio de una autoridad sublime… Tan respetable
autoridad no puede existir sino en una Asamblea de Plenipotenciarios nombrados
por cada una de nuestras repúblicas, reunida bajo los auspicios de la victoria,
obtenida por nuestras armas contra el poder español”. No puede ser más clara la
exclusión del elemento norteamericano, que Bolívar tenía ya como generador de
futuras discordias, de ambiciones desenfrenadas, de fatales desbordamientos de
la fuerza contra el derecho, de opresión y tiranía sobre la América española.
En el Programa del Congreso
figuraban, entre otros, estos dos importantes proyectos: abolir la esclavitud y
transformar en universal la doctrina de no intervención, de suerte que ninguna
nación pudiera inmiscuirse en los negocios internos y privativos de otra. Estos
proyectos desagradaron a un país que explotaba el sudor de los esclavos; y que,
por boca de Monroe, había restringido la aplicación de aquella doctrina, sólo a
las naciones europeas, reservándose, in
pectore, intervenir en las repúblicas americanas, oprimirlas y despojarlas,
como luego ha sucedido. La previsión de Bolívar, en cuanto al principio de no
intervención, venía a demoler los cimientos de la artera y desleal política,
mediante la cual esperaba la república anglosajona ejercer la más omnímoda
hegemonía en nuestro hemisferio; y la invitación fue acremente combatida en el
parlamento. Pero, como no se tuvo por oportuno una repulsa franca, Buchanan
propuso que se hiciesen representar los Estados Unidos en el Congreso de
Panamá, con tal que los Plenipotenciarios se abstuvieran de toda alianza, sea
ofensiva o defensiva, con las repúblicas hispanoamericanas. La Asamblea del
Istmo contaba con otros dos espectadores, con carácter diplomático; y aun esta
irrisoria moción fue aprobada con la insignificante mayoría de dos votos. Y
mientras tanto, la Comisión del Senado, encargada de estudiar este asunto,
adoptó por unanimidad la doctrina intervencionista, como derecho indisputable
de la República modelo sobre sus
hermanas menores, inhábiles aún para regirse por sí mismas. Y los dueños de
esclavos, o especuladores con la importación de ébano viviente, pusieron el
grito en las nubes contra Bolívar y sus delirios.
Norte América ha concebido a su modo el
derecho de conquista, y modificado los procedimientos para establecer y
cimentar su dominación sobre los pueblos conquistados. No se aviene con la
ruptura violenta, con la guerra franca y devastadora desde los comienzos (…)
Los medios preferidos por este temible conquistador no son, pues, ni sus
numerosos ejércitos, ni sus formidables escuadras, elementos de muerte y destrucción
que suelen ostentar ad terrorem, y
reserva para cuando llegue el imprescindible caso de apoyar con el cañón su
artera política, de reforzar con la espada las mallas de oro en que envuelve a
los países conquistables. La vanguardia yanqui es el Dólar, en sus múltiples
fases, en sus infinitas combinaciones, en sus diversas formas de lazo aleve,
hipócrita y certero, tendido hábilmente alrededor de las codiciadas víctimas. Y
los zapadores al servicio del Dólar, son las Misiones financieras, sapientes
grupos de malabaristas que les ofrecen maravillas y prodigios a las indoctas
multitudes; son los Expertos en bancos y aduanas, los Controladores y Asesores
técnicos que los imbéciles y ciegos yanquizantes alquilan y pagan espléndidamente
para que esclavicen su país; son los Prestamistas filántropos que entregan sus
millones a gobiernos hambreados o ladrones, sobre la inapreciable prenda de la
independencia nacional; son los Contratistas de obras públicas, las Compañías
mineras, agrícolas, comerciales e industriales, implantadas en el país, las
que, según el programa de conquista, crean esos intereses americanos que la
Casa Blanca tiene el deber de proteger con la fuerza, sojuzgando a la nación en
que han echado raíces. Esto lo afirma unánimemente la prensa latinoamericana, y
lo corroboran los estadistas de nuestros países.
¡Ay del pueblo que recibe a estos precursores
de la esclavitud! La charlatanería científico–económica engaña a las mayorías
ansiosas de bienestar y progreso; los grandes empréstitos y los negocios
colosales fascinan y cautivan a los más listos; el brillo del oro ciega,
maniata y embriaga por completo a las muchedumbres. El conquistador no
descansa: mientras ese pueblo goza de las delicias de un paraíso artificial;
mientras sueña encontrarse en el seno de la abundancia, rodeado de tesoros incalculables
y ante un porvenir brillantísimo, la política yanqui transforma el dólar en
grillete; y la víctima de tan hábil felonía aumenta el número de los siervos de
la Gran República. Un gobierno incauto, cuando menos lo piensa, resulta deudor
de sumas enormes, y toca en la incapacidad de satisfacer ni los intereses de su
fabuloso crédito; y, como deudor insolvente se convierte en esclavo mudo y
ciego de su adusto y exigente acreedor. Los financistas alquilados, los
asesores técnicos, han hecho estudios minuciosos de las riquezas del país, de
los elementos de vida e índole del pueblo; se han apoderado insensiblemente de
las fuentes de recursos fiscales, conocen su movimiento y secretos; en una
palabra, tienen en sus manos todos los resortes de conquista necesarios, sin
que los hacendistas criollos se hubiesen dado cuenta de ello. Los prestamistas
y empresarios, por su parte, cumplen los números del programa que les atañen:
monopolizan gradualmente el comercio y las industrias, sin dejar al país ningún
beneficio positivo, puesto que aun los brazos para la explotación, los
capataces, los empleados de oficina, los víveres para alimentarlos, las telas
para vestirlos, etc., son importados.
Ese pueblo sin ventura, al que hábil,
científica y paulatinamente se le ha privado de todo vigor, de todo elemento de
vida, de toda independencia en el manejo de sus intereses, cae a la postre en
franco tutelaje. La Gran República
termina por declararlo incapaz de gobernarse por sí mismo; la prensa
estadounidense lo desacredita, pintándolo como inepto y bárbaro, revolucionario
y bolchevique, dilapidador y vicioso, en fin, como un peligro para la paz,
armonía y civilización de América. La República
Modelo, no puede ser indiferente a tamaña degeneración; y, en interés de la
Humanidad, asume el tutelaje de ese pueblo salvaje, y se encarga de educarlo
hasta su mayor edad, hasta que se haga digno de la libertad y la emancipación
completa. La administración de los bienes del pupilo es lo principal de tan
penoso cargo, siendo lo notable que la tutela debe prolongarse tanto más,
cuanta mayor sea la riqueza del pueblo sometida a ella…
Los estadistas yanquis llaman a este paternal
cuidado, Mandato Económico; teoría en pugna abierta con el obvio y natural
concepto jurídico del contrato de procuración. Porque ¿dónde está el pacto,
quién le confiere a este oficioso procurador los poderes necesarios para
ejercer su cargo? ¿Qué es lo que constituye, o se hace equivaler al acto mismo
de encargarle a Norteamérica, la gestión de los negocios de Haití o Santo
Domingo, por ejemplo? ¿Y cómo es posible que un incapaz para valerse por si
propio, pueda celebrar contratos y conferir mandatos? ¿Son expresos, son tácitos
estos actos jurídicos? ¿Puede una nación, por débil, por pequeña que sea,
ejercer su soberanía por medio de una potencia extraña, como mandataria?
La fuerza prima; la fuerza constituye
derecho; y el pretendido Mandato, unilateral, impuesto por el poderoso
tácitamente, usurpación hipócrita de los bienes del débil, del inerme, del
indefenso, es la negación de todo principio jurídico, de toda moral
internacional y privada.
Minas y bosques, petróleos y empresas
eléctricas, fábricas y manufacturas, ferrocarriles y muelles, obras fiscales y
municipales, todo es suyo, todo está en sus manos, sin reclamo posible, sin
remuneración alguna, sin esperanza de reivindicaciones futuras. ¿Acaso no es un
país conquistado por el omnipotente Dólar, y en actual ignominiosa tutela?
¿Acaso no es una nación deudora, que dio en prenda su soberanía, para obtener
los enormes préstamos que ha consumido, y que le es imposible cancelar ahora? Y
no es esto sólo: el inmisericorde, el legendario Shylock,
le cortará al moroso deudor, retazos de carne viva, palpitante; es decir, le
cercenará el territorio: islas, puertos, fajas de tierra para canales,
concesiones para colonización, anexiones, todo lo que codicie, bajo el pretexto
de amortizar así, por lo menos en parte, la deuda nacional.
No hay pueblo de la América latina que no
haya recibido siquiera un picotazo del Águila (…) El pretexto para intervenir
en los negocios internos de nuestras pequeñas democracias, es su frecuente
estado de guerra civil; (…) quiere pueblos mansos y humildes, mudos y
resignados con la paz impuesta a golpes de rebenque, paz que no es sino la
inmovilidad y el silencio de los cementerios. (…) Cuando la Gran República
interviene en los asuntos domésticos de un pueblo, no es, como pregona, por
americanismo y amor a la paz, sino en busca de oportunidades para sus negocios;
y cuando cree haber adquirido un derecho, lo declara imprescriptible, sagrado,
intocable, so pena de muerte.
Bolívar –lo repetiré– previó la fatal
intervención de los Estados Unidos en la vida de los pueblos latinoamericanos;
lo expresó con amargura, y no cesó de aconsejar la unión de todas las jóvenes
repúblicas, para que pudieran defender su independencia. Cuando el Libertador
se sintió herido de muerte por la ingratitud de los hombres, más que por los
males físicos; cuando abandonado y proscrito, lo envolvía ya la penumbra del
sepulcro, habló todavía a los pueblos libertados por su brazo; y el postrer, el
supremo consejo del Genio de América, fue la unión, a fin de que fueran fuertes,
libres y felices, las naciones que le debían la vida. El estrechamiento de
vínculos internacionales, la solidaridad de intereses, el apoyo recíproco, la
confraternidad y armonía de los Estados iberoamericanos, fueron para Bolívar,
la clave de su libertad e independencia, la condición de su prosperidad y
grandeza. La Circular a las Potencias Americanas, de 7 de diciembre de 1824,
revela toda la visión profética, toda la sabiduría política, todo el vehemente
anhelo por la perpetuidad de la autonomía de cada república, y del imperio de
la justicia, la libertad y el derecho, que en el alma grandiosa del Libertador
cabían. Por desgracia no fue comprendido…
Pero aun no es tarde: es urgente salvarnos; y
la salvación está en mancomunar nuestra suerte, en unirnos sinceramente con el
fin de prestarnos mutua ayuda, para una defensa eficaz y justa contra el
imperialismo que nos amenaza. Tomen la iniciativa los más fuertes: el Brasil y
la Argentina, Méjico y Chile; y todos los demás pueblos hispanoamericanos
concurrirán solícitos a sentar las bases de un acuerdo solemne que afiance la
paz y la concordia en el Continente, por medio del respeto a la soberanía de
todos y cada uno de los Estados que lo componen. Unirse o perecer, es el fatal
dilema; porque el Coloso nos aplastará uno a uno, ante los restantes, amedrentados
con el desastre de las primeras víctimas.
Fragmentos tomados de La esclavitud de la América Latina,
escrito en 1927 por José Peralta, uno de los máximos líderes de la Revolución
Liberal Ecuatoriana (1895-1912). Casi un siglo después, su pensamiento sigue
vigente.
Ese postulado fundamental de la
integración latinoamericana planteada por Bolívar, es rescatada por todos los
luchadores antiimperialistas latinoamericanos.
Se refiere al célebre Congreso
Anfictiónico convocado por Bolívar el 7 de diciembre de 1824 a los pueblos
liberados del colonialismo español, reunido el 22 de junio de 1826 en Panamá.