25 de junio de 1908: después de
arduos 9 años de construcción, en los que se tienen que sortear todo tipo de dificultades,
al fin, el ferrocarril trasandino llega a Quito y el presidente Eloy Alfaro
inaugura su obra magna en la estación de Chimbacalle con toda la gala que el
acontecimiento amerita. Han transcurrido 112 años y ahora los buitres quieren
apoderarse de él.
Desde sus inicios, el ferrocarril
trasandino tuvo poderosos enemigos, desde cuando Eloy Alfaro lo convirtió en el
símbolo de su revolución con todos sus inmensos significados: modernización,
integración nacional, desarrollo económico, intercambio cultural y conexión con
el mundo para que el Ecuador deje de ser un país semifeudal, encerrado en sí
mismo con una precaria situación económica de su gente trabajadora, dominada
por esa amalgama de élites decadentes conformada por terratenientes, burguesía vendedora
y compradora dependiente y clero retrasador y controlador de conciencias.
Si su
proyecto ‒combatido y frustrado por tradicionalistas e ineptos que han dominado
la política ecuatoriana con el poder del dinero, con el control de la educación
y el manejo de la propaganda‒ hubiera prosperado atravesando el Ecuador de
ferrocarriles del Estado, otra sería la realidad de la economía, la política y
la cultura de nuestra patria.
Por eso,
luchar contra su venta o privatización, como de las demás empresas estatales,
es uno de los aspectos importantes de la lucha contra el neoliberalismo y sus
afanes de convertir al Ecuador en abastecedor de materia prima y mano de obra
baratas en beneficio de grandes transnacionales y sus lacayos locales que viven
de las migajas que les arrojan sus amos foráneos. Si las empresas públicas no
funcionan bien, o no tienen los
beneficios esperados en favor de su pueblo que los construyó con su propio
esfuerzo y dinero, la solución no es venderlas sino mejorarlas.
Conservadores,
seudoliberales antialfaristas hasta los actuales entreguistas del patrimonio y de
la soberanía nacional, obras de la trascendencia del ferrocarril para el
desarrollo del país, siempre han tenido y tendrán sus detractores. A esa antipatria ya bicentenaria hay que decirles: ¡No!, ¡Alto!, ¡Basta!
Recordemos parte de esa historia con el testimonio de José Peralta, su compañero de ideales y afanes transformadores de nuestra patria.
José
Peralta
I
El Partido liberal se ha
mantenido con el arma al brazo, y el enemigo al frente; y, sin embargo ha
realizado mejoras que lo inmortalizarán en la memoria de los ecuatorianos.
El Ferrocarril Trasandino
es más que suficiente para que el nombre del General Alfaro dure tanto como
nuestra historia; porque ‒a pesar de contrariedades que para cualquier otro
habrían sido insuperables‒ el Caudillo de la Regeneración ha satisfecho el más
vehemente de los anhelos de sus conciudadanos, la necesidad más urgente y vital
de la Patria.
Unir la costa con la
escarpada cumbre de los Andes, por medio de las paralelas de acero; hacer oír
el silbido civilizador de la locomotora, en las más altas quiebras de la
cordillera; facilitar el cambio de productos y el movimiento comercial entre la
sierra y las orillas del océano, ha sido el más bello sueño, la aspiración más
patriótica de todos los buenos hijos de la República.
Pero, la falta de crédito
de la Nación, la escasez de sus recursos ordinarios, la carencia de vigor y
entusiasmo en los administradores de la cosa pública, las mismas dificultades
que oponía la naturaleza, hacían de aquel sueño fascinador, una quimera, una
esperanza loca, una idea irrealizable.
¿Quién era capaz de tomar
sobre sus hombros, una empresa tan colosal, sin contar con las fuerzas
indispensables para sostenerla y sacarla avante?
La sublime terquedad del
General Alfaro se salió con la suya; y la locomotora está recorriendo ‒a la
vista de los incrédulos que tachaban de locura el empeño del gobierno liberal‒
está recorriendo, decimos, la línea férrea que une la Capital del Comercio a la
Capital del Estado, como lo anhelaba el patriotismo.
Con la azada en la una
mano, y el fusil en la otra; como si dijéramos, entre combate y combate; sin
dinero y sin crédito, el Partido liberal ha vencido las resistencias de la
naturaleza y de los hombres; y la obra redentora está ahí, prestando sus
inmensos servicios a la prosperidad del país.
No nos toca analizar la
bondad técnica de la vía, ni defender ni acusar a los empresarios; pero, sí
llamaremos la atención del público, hacia los positivos beneficios que la
Nación ha reportado del Ferrocarril, despectivamente llamado de Harman.
Cierto, muy cierto que
dicho Ferrocarril deja todavía mucho que desear; pero, no es menos cierto que
ha cuadruplicado la riqueza ecuatoriana, en los pocos años que lleva de
servicio.
El aumento de la
producción agrícola es creciente; el valor venal de las cosas sube y sube de
manera prodigiosa; hay, ahora, trabajo y buen salario para todos; el porvenir
económico se presenta halagador y risueño por todas partes.
Injusticia, descomunal
injusticia, el condenar esta obra gigantesca, sólo porque no tiene aún toda la
perfección que adquirirá con el tiempo, como ha sucedido con todos los
ferrocarriles del mundo.
Y, luego ¿cuánto cuesta
el Ferrocarril Trasandino para que la oposición lo mire como un factor de ruina
y bancarrota para la República?
Doce
millones de pesos en papel fiduciario: doce millones
nominales; puesto que esos bonos se lanzaron al mercado con un descuento
considerable. Doce millones, en papel que la Nación podría recoger por la mitad
de su valor; y redimirse de este crédito que los oposicionistas exageran y
abultan hasta los últimos términos.
Podríamos comprobar, con
numerosísimos documentos, que el ferrocarril
de Harman ‒como dicen los enemigos del General Alfaro‒ es el más barato de
América; pero, nos contentaremos con copiar los siguientes datos, sobre el
costo de la línea férrea que más se asemeja a la de Guayaquil y Quito; puesto
que atraviesan ambas las más altas y abruptas montañas de los Andes, y
manifiestan cuánto de prodigioso puede ejecutar el ingenio de los hombres, en
su lucha con la naturaleza.
COSTO DEL FERROCARRIL DE LA OROYA
En las tres secciones
que se expresan:
·
Ferrocarril del Callao a la Oroya:
Tiene
una extensión total de 222 kilómetros.
Contratado
en el año 1870.
Propiedad
del Estado.
Lo
explota «La Peruvian Corporation».
Tiene
22 Estaciones. Costo de la construcción................................... £ 4’
360.000
·
Ferrocarril de la Oroya á Cerro de
Pasco:
Extensión
total de la línea, 132 kilómetros.
Construido
en 1904.
Propiedad
particular. Lo explota «La Cerro de Pasco Raillway Co.»
Tiene
5 Estaciones. Costo de la construcción.................................... £ 4’
643.380
·
Ferrocarril de la Oroya á Huari:
Extensión
total de la línea, 20 Kmtrs.
Construido en 1906. Propiedad del Estado.
Lo explota «La Peruvian Corporation».
Tiene
2 Estaciones. Costo del Ferrocarril..............................................
£ 83.953
Total..........................
£ 9’ 087.333
Resumen: Extensión: Costo:
Ferrocarril
del Callao a la Oroya, 222 km. £
4’ 360.000
-,,- de la Oroya a Cerro de Pasco 132 km. £ 4’ 643.380
-,,- de
la Oroya a Huari 20
km. £ 83.953
374 km.
£ 9’ 087.333
Nuestro ferrocarril tiene
460 kilómetros, es decir, 85 kilómetros más que el ferrocarril peruano que
hemos tomado como punto de comparación; y, sin embargo, cuesta apenas doce millones de pesos, en papel; es
decir, casi una bicoca, si atendemos a los nueve millones de libras invertidas
en la construcción de la línea de la Oroya.
He ahí como se demuestra
la falsedad, la injusticia, con que la oposición procede en sus declamatorias acusaciones
contra el gobierno que ha realizado esa obra, admirada y aplaudida por todo
viajero extranjero que recorre la vía trasandina.
¿Que la Compañía del
Ferrocarril abusa, que no ha cumplido aún todas las obligaciones, que se impuso
en los respectivos contratos? Pues, nada más fácil que cortar esos abusos, que
exigir el cumplimiento de lo que reste todavía por ejecutarse; pero, todo esto
no quiere decir que el Ferrocarril sea un mal para la República, como la
oposición lo afirma, dando idea muy desfavorable de la cultura del país.
Los viajeros extranjeros
se llenan de asombro al contemplar la ascensión de la locomotora, desde las
orillas del mar hasta increíbles alturas, al través de abismos y quiebras
pavorosas, desfiladeros emocionantes, rocas gigantescas, ríos y torrentes,
cimas heladas y desiertas, parajes que se dirían inaccesibles a ese monstruo de
acero que transporta sobre sus lomos ígneos y palpitantes, la civilización y la
riqueza, hasta los más apartados confines de la tierra.
Los viajeros extranjeros
siéntense poseídos de la mayor admiración, ante obra tan prodigiosa; en la que,
a cada paso, ha sido subyugada la naturaleza por el genio del hombre. Y, llenos
de entusiasmo, prodigan mil encomios al gobierno que ha sido capaz de construir
una vía férrea semejante; y la califican, con justicia, como el más grande y
duradero monumento de gloria para el liberalismo ecuatoriano.
Y tómese en cuenta la
limpieza con que han procedido los hombres del gobierno alfarista, en todo lo
relacionado con el Ferrocarril Trasandino; y se verá que el único móvil ha sido
el patriotismo; la única norma de conducta, la más acrisolada honradez.
Muchas calumnias ha
propalado la oposición conservadora; muchas acusaciones torpes, inverosímiles,
infames, ha formulado el bando de la difamación; pero, todas ellas han caído
pulverizadas por la opinión pública, ante las pruebas incontrovertibles de la
absoluta honorabilidad de los acusados.
Hasta se atrevieron a
sostener que el Caudillo liberal, el hombre inmaculado y probo, era socio en la Compañía del Ferrocarril;
que había recibido millones de dóllars
de los empresarios, etc.; pero, el honorable anciano descendió del poder con
las manos vacías, y refutó victoriosamente a sus calumniadores, con su honrada
pobreza que rayaba en la estrechez más angustiosa.
Y los mismos que lo
habían denigrado, afirmando que estaba riquísimo con los pingües productos del
peculado, insultáronle después por su falta de recursos: hicieron burla amarga
de la pobreza del expresidente; lo que valía tanto como confesarse calumniantes
y cobardes.
Lo más admirable, lo más
inexplicable y raro, es que los difamadores del General Alfaro, eran los mismos
que habían intervenido en peculados verdaderos e irrefutables; o por lo menos,
defendido con descaro aquellos hechos escandalosos de otros gobernantes.
Los que aplaudieron las
finanzas de Kelly; los que hallaron magnífico el empréstito de los nueve
millones, evaporados antes de llegar al Ecuador; los que anduvieron mezclados
en estas y otras operaciones de indecorosa especie, fueron los que más gritaron
contra la supuesta culpabilidad de Alfaro y sus colaboradores!
Esa ha sido la suerte de
los liberales: los ladrones, o defensores de los robos más vergonzosos y
comprobados, han querido manchar nuestra honradez, con las más infames
calumnias; los verdugos de otros tiempos, los que llevan todavía huellas de
sangre en las manos, los ensalzadores del patíbulo, nos llaman asesinos y
sanguinarios; los esclavos de todos los tiranos, los incensadores de todos los
que nos han oprimido, los que se han alimentado siempre con el salario del
esbirro, son los que hoy claman contra la tiranía
de Alfaro! Tentados estamos de citar nombres propios; y decirles a los que
tantas calumnias escriben ahora: «Tú ¿no defendías a Caamaño, no recibías
sueldo de Veintemilla, no comías después el pan que te alargó Alfaro?»
«Y, tú, el de más allá,
¿has tenido otro oficio en tu vida, que insultar por la paga, defender el pro y
el contra a destajo, llenarte la andorga con los retazos de la honra ajena y de
tu propia conciencia? »
«Y, tú, el que alardeas
de independencia de carácter y de inflexibilidad de principios, ¿no eres el
mismo eunuco de todos los déspotas, el que has aplaudido todos los desmanes y
todos los crímenes de los gobernantes?»
«Y, tú, defensor de las públicas libertades, amigo del pueblo y demagogo de hoy, ¿no llevas dentro de la camisa, colgado al cuello,
entre escapularios y medallas, el retrato del Héroe‒Mártir, como de santo de tu devoción predilecta? No defiendes
la memoria y la doctrina del gran tirano?»
«Y, tú, que predicas y te
escandalizas de cualquier infracción de un soldado liberal o de un empleado
público, que llenas las columnas de tu diario con alardes de pudor ofendido, y
de maldiciones contra la inmoralidad
reinante, ¿no eres el mismo que andas en procesos criminales, o siquiera en
lenguas, por tu mala conducta? No estás acusado de hechos bochornosos, feos;
los que, si han quedado impunes, es sólo por tus componendas con otros
gobernantes?…»
Sí, tentados nos hemos
visto de hacer un llamamiento de pícaros; y obligarlos a desfilar ante la
opinión pública, cargados con su pasado y su presente; para que se vea y palpe
la laya de hombres que hoy oprobian y calumnian al Régimen liberal.
Tentados hemos estado;
pero rechazamos la tentación, por decoro propio y respeto al nombre de la
Prensa ecuatoriana.
Pasemos más bien a otro
asunto.
El Ferrocarril de Bahía a
Quito, es otra mejora utilísima y grandiosa. Esa locomotora cruzará, derramando
el movimiento y la vida, por la rica y extensa provincia de Manabí; por los
inmensos bosques que cubren todo el ascenso a la cordillera, y que producen
maderas preciosas, cautchuc, cacao, café, caña de azúcar, y los frutos más
variados y abundantes; por las dilatadas mesetas y fértiles valles andinos,
adecuados para la industria pecuaria y el cultivo de cereales; en fin, unirá el
centro de la República con uno de los mejores puertos ecuatorianos, llamado a
ser emporio del comercio, en un día ya muy cercano.
Y, en espera de este
halagador suceso, el Régimen liberal ha contratado el ahondamiento de la bahía,
y la construcción de las mejores obras que faciliten el tráfico marítimo en
dicho puerto.
Persuadido el gobierno
liberal de que las vías de comunicación son tan necesarias a los pueblos, como
las arterias al cuerpo humano, ha iniciado negociaciones para prolongar el
Ferrocarril de Guayaquil, hasta Ibarra; y el de Puerto Bolívar, hasta las
provincias azuayas, ricas en minas y dotadas de todos los elementos deseables,
para alcanzar en breve la mayor prosperidad y cultura.
Nada, nada ha descuidado
el Régimen liberal.
Ha tomado la iniciativa y
la protección de todas las mejoras materiales, de todas las obras de pública
utilidad: agua potable, saneamiento de Guayaquil, puentes, caminos de
herradura, construcción de cuarteles, embellecimiento de las poblaciones,
parques, jardines, monumentos; en todo ha pensado y puesto mano eficaz el
gobierno regenerador.
No hay casi población que
no haya sido dotada con edificios públicos, comprados o construidos por la
Administración liberal; edificios que se han destinado para escuelas y
colegios, para despachos de las gobernaciones y jefaturas políticas, para
asilos de beneficencia y planteles de bellas artes, etc. A pesar de las
constantes angustias del Fisco ‒causadas por el conservatismo militante‒ el
Régimen actual ha esmerado su empeño por las mejoras útiles y materiales en
todos los ámbitos de la República.
II
El mayor elemento de reforma que Alfaro allegó para la regeneración
ecuatoriana, fue indudablemente el Ferrocarril Trasandino.
Nuestras poblaciones
serraniegas dormitaban entre las breñas de la gran cordillera, sin que su vista
pudiera abarcar jamás la inmensidad del progreso moderno; puesto que el clero
ponía toda su acucia en mantenerlas en eterna noche, interceptando hábilmente
los rayos de luz de los adelantos que la humanidad irradiaban. Unir esas
confinadas poblaciones con el océano, suprimir las distancias y dificultades
del camino por medio de la locomotora, separar las montañas que nos ocultaban
el horizonte infinito, facilitarnos el trato frecuente con los demás pueblos,
no era sólo las industrias y el comercio; sino crear un activo y directo cambio
de ideas y costumbres, despertar en la nación las nobles emulaciones con la
vista de la prosperidad de los otros países, hacer que los ecuatorianos
establezcan comparaciones saludables y se apasionen por la libertad y la
justicia, en fin, darnos alas para salir del reino de las tinieblas y
acercarnos a la claridad bienhechora.
Así lo comprendió el
clericalismo y combatió sin tregua y con extraordinario furor la construcción
de la vía férrea entre Guayaquil y Quito, ora en el Congreso, ora en los
centros políticos laborantes, ora por medio de incendiarios escritos: no hubo
objeción que la prensa conservadora no opusiese a esta obra verdaderamente
redentora del país; o, cuando vio que el gobierno seguía impertérrito en sus
propósitos, se desató en calumnias e improperios contra el General Alfaro y sus
colaboradores. La última razón, la injuria; el supremo argumento, la calumnia:
tal es siempre el procedimiento del conservadorismo polemista.[2]
Pero el tiempo ha vindicado muy pronto a los calumniados: la pobreza en que
han muerto, o viven aún, los ecuatorianos que intervinieron en el contrato del
Ferrocarril, prueba irrefragablemente que no tuvieron por móvil ningún interés
ni lucro, sino el bien y prosperidad de la patria.
Por otra parte, yo
mismo he demostrado numéricamente que el Ferrocarril Trasandino es uno de los
más baratos de la América Latina: hace años que se publicó mi librito El
Partido Liberal y el Partido Conservador juzgados por sus obras; y ni
Remigio Crespo Toral ‒que aguardó que yo estuviese desterrado en Europa para
refutarme, o mejor insultarme‒ ha podido oponer razón alguna contra la baratura
de nuestra línea férrea, comprobada con datos aritméticos concluyentes. Sin
embargo, los ecos de la calumnia, aunque cada vez más débiles, resuenan
todavía a nuestros oídos, y turban hasta el silencio de la tumba del egregio
fundador del liberalismo ecuatoriano.
Encargado de la Cartera
de Hacienda de aquellos tiempos, me tocó firmar los Bonos del
Ferrocarril; y aun participar de los continuos sinsabores y molestias que las
exageradas exigencias de los empresarios de dicha obra, le ocasionaban al
gobierno. Harman era hombre superior, habilísimo en las finanzas e
inquebrantable en sus propósitos: mantúvose en pie sobre la quiebra de cuatro
compañías constructoras secundarias; y surgió triunfante, merced a su energía y
genio, de una catástrofe financiera que se tenía por irremediable. Harman era
el hombre que Alfaro necesitaba para realizar sus patrióticos sueños, en
aquella época en que el Ecuador no disponía ni de capitales ni de crédito, y en
que era menester abrir el camino de hierro con la pala en la una mano y el
fusil en la otra, entre combate y combate con los irreductibles adversarios
del progreso nacional.
Pero, ese hombre de tan
excepcionales prendas, por lo mismo que conocía que el gobierno nada podía sin
su colaboración, llevó sus pretensiones hasta el extremo, y hubo de chocar
muchas veces conmigo y el Ministro de Obras Públicas. Tal empeño puso el
General Alfaro en la construcción del Ferrocarril, que varias veces toleró las
demasías de Harman, contra el parecer de sus amigos; y estas concesiones,
arrancadas por la necesidad de mejorar la suerte del país, dieron asidero a muchas
acusaciones calumniosas, de parte de los clericales, y aun de ciertos
liberales descontentos.
Harman vio un terreno
virgen y rico en el Ecuador, y pensó en el monopolio de la explotación; las
propuestas se sucedieron a propuestas, ora sobre nuevos ferrocarriles, ora
sobre laboreo de minas y utilización de bosques, ora sobre empréstitos
cuantiosos y ciertas obras nacionales de segundo orden; y, aunque los Congresos
rechazaban con justicia tales propuestas, se decía que el proponente estaba
apoyado por el General Alfaro. Nada más falso que esto: Alfaro toleraba,
esta es la palabra; pero veía complacido la derrota de las pretensiones
extremas de Harman; confiaba en que los legisladores rechazarían todo lo que
fuese contrario a los intereses de la nación. Y cuando llegó a temer que los representantes
del pueblo echasen al olvido sus deberes de honradez y patriotismo, se irguió
con su habitual entereza y salió en defensa de la república financieramente
amenazada. Tal sucedió cuando la propuesta de un gran empréstito, garantizado
con las rentas públicas, en cuya recaudación e inversión pretendía Harman que
interviniese un comité extranjero, en menoscabo de la soberanía nacional.
Discutió conmigo el asunto; y dirigió un Mensaje a las Cámaras Legislativas,
exponiéndoles las únicas condiciones con que era posible aceptar aquel
proyecto. La opinión pública, justamente alarmada, recibió con aplauso aquel
Mensaje; y la propuesta fue totalmente rechazada en el Senado, habiendo ya sido
aprobada en la otra Cámara.
Alfaro, Peralta y los hermanos John y Archer Harman |
No obstante, esa misma
tolerancia de Alfaro para con las ambiciones de Harman y sus asociados,
constituía una falta; no contra la patria, sino contra su propia buena fama;
pues los enemigos del liberalismo, y los personales del Caudillo, hacían de
dicha tolerancia el cimiento de mil acusaciones temerarias que no dejaron de
impresionar al pueblo. La gratitud y la consecuencia de Alfaro para su
colaborador en la grande obra que lo ha inmortalizado, dieron margen a que la
malevolencia le tildase de apoyador de los especuladores con la nación; y en
este sentido Harman vino a convertirse en una como sombra negra para el Apóstol
de la Regeneración ecuatoriana.
Cada uno de los
durmientes del Ferrocarril Trasandino representa un cúmulo de fatigas y
amarguras del General Alfaro y sus colaboradores; un gasto enorme de energías
empleadas en vencer los obstáculos que de todas partes se alzaban contra la
realización de aquel milagro del patriotismo; un esfuerzo sobrehumano del
Magistrado que más totalmente ha hecho el sacrificio de su persona en aras de
la república. Para Alfaro, el Ferrocarril era una verdadera obsesión, una idea
fija, un pensamiento que dominaba todos sus demás pensamientos; y se resignó
a todo, aun a la calumnia y al dicterio, por satisfacer aquella noble
aspiración de su alma de patriota. Y habría construido la vía férrea, aunque
hubiera sabido que, años más tarde y por una ironía del destino, habían de
aprovecharla sus enemigos para arrastrarlo con mayor prontitud al martirio...
Este era el patriotismo del General Alfaro.
[1] Tomado de: I) José Peralta, El régimen
liberal y el régimen conservador juzgados por sus obras, Tip. de la Escuela
de Artes y Oficios, Quito, 1911, pp. 136- 145. II) José Peralta, Mis
memorias políticas, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 3a. edición, Quito, 2012, pp. 247-251.
[2]. Se llega a decir que Alfaro es accionista de la Empresa
del Ferrocarril, razón por la que se ve en la necesidad de pedir una
certificación de sus directivos para desvirtuar la falsa aseveración de sus
enemigos. La certificación conferida dice: “New York Abril 17 de 1903.- General
Eloy Alfaro.- Guayaquil.- Ecuador.- Mi
querido Señor: nos permitimos informar a usted que su nombre no figura en la
lista de los accionistas del “Compañía del Ferrocarril de Guayaquil a Quito”.
Nuestros archivos demuestran que usted nunca ha sido ni es partícipe en nuestra
Compañía, y que usted no tiene interés fiduciario de ninguna clase en nuestro
ferrocarril.- De usted muy atento.- T.H. Powers Farr, Vicepresidente.- Sam H.
Lever, Secretario Tesorero”.