Un día como hoy, hace 200
años, Simón Bolívar escribió su célebre Carta de Jamaica. Un Homenaje al
Libertador en este aniversario
JOSÉ PERALTA SOBRE BOLÍVAR
La Patria naciendo de la ternura por Pavel Egüez |
I
Oposición de Estados Unidos al Proyecto de Bolívar[1]
Y los Estados Unidos son los que más han combatido
el panamericanismo, desde los tiempos gloriosos de la emancipación del
continente. La política de aislamiento adoptada por Washington y los primeros
presidentes de la gran República, rechazaba por sistema toda alianza o liga que
pudiese sacar a ese pueblo de su pertinaz e interesada neutralidad. Y cuando
avanzaron los tiempos y se dieron al olvido los consejos de Washington, fueron
las aversiones y suspicacias políticas, los egoísmos regionales, los planes recónditos
para el futuro, las reservas mentales,
que decía Monroe, las que se levantaron como valla infranqueable ante cualquier
proyecto de unión panamericana.
No es cierto que
Bolívar concibiera la idea de mancomunar las naciones latinoamericanas con la república
anglosajona, como algunos dicen, al tratar del Congreso de Panamá. Los Estados
Unidos se opusieron al noble proyecto de libertar Cuba, Filipinas y más
colonias españolas; y esa oposición rasgó el velo del porvenir a los ojos del
Genio de América, y le hizo lamentar que la fatalidad hubiese colocado a ese
pueblo en nuestro continente, para que hiciera muchos males en nombre de la
libertad. No eran desconocidos para Bolívar los abismos que separaban a las dos
razas antagónicas; y su visión profética alcanzó a penetrar en las tinieblas
del futuro, y adivinó la suerte de la América española, al frente de un Estado
rival, cuyo utilitarismo extremo había de ahogar todo sentimiento de
confraternidad y justicia. Por esto puso tanto empeño en la unión hispanoamericana,
considerándola como la única salvación posible de las nuevas nacionalidades,
amenazadas por dos formidables enemigos: el imperialismo europeo, al presente;
y el imperialismo anglosajón, en el porvenir.
En su Carta de
Kingston, Bolívar rechaza la idea de formar una sola nación con las colonias
españolas emancipadas; y avanza el deseo de una como liga anfictiónica de esas
jóvenes nacionalidades para su mutua defensa y prosperidad, “ya que tienen un origen, una lengua, unas
costumbres y una religión –dice– deberían
tener un mismo gobierno…; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones
diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen la América”.
El Libertador no habló sino del hispanoamericanismo,
en este primer esbozo de su proyecto de una Asamblea en el istmo de Panamá.
Más tarde,
dirigiéndose a Pueyrredón, concretó su pensamiento, proponiéndose realizarlo en
un futuro próximo, como complemento de la emancipación hispanoamericana, a fin
de sorprender al mundo con la presentación de “todas nuestras repúblicas” unidas con un pacto que les de “un aspecto de majestad y grandeza, sin
ejemplo en las naciones antiguas”. La mente de Bolívar era, pues, unir y
solidarizar a nuestras repúblicas,
sin mezclar en el pacto meditado a ningún pueblo extraño a la familia hispana,
menos a los Estados Unidos. En la
Circular de 7 de diciembre de 1824 vuelve el Libertador a
restringir la unión americana a los pueblos emancipados de España. “Después de quince años de sacrificio
consagrados a la libertad de América –dice– es tiempo ya de que los intereses y relaciones que unen entre sí a las
repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental
que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos. Entablar aquel
sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al
ejercicio de una autoridad sublime… Tan respetable autoridad no puede existir
sino en una Asamblea de Plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras
repúblicas, reunida bajo los auspicios de la victoria, obtenida por nuestras
armas contra el poder español”. No puede ser más clara la exclusión del
elemento norteamericano, que Bolívar tenía ya como generador de futuras
discordias, de ambiciones desenfrenadas, de fatales desbordamientos de la
fuerza contra el derecho, de opresión y tiranía sobre la América española. De
consiguiente, nada más arbitrario que
atribuirle al Libertador la paternidad de la idea de un panamericanismo imposible; y que, aún juzgándolo realizable, lo
habría rechazado como el mayor peligro para la independencia de los pueblos de
habla castellana. Los Plenipotenciarios del Perú, en su proyecto de tratado,
comenzaron por expresar que la
Asamblea de Panamá se había reunido con el objeto de consultar la felicidad general de la América, antes española, y
la particular de cada uno de sus Estados; grandiosa empresa en la que
estaban acordes todos los Representantes de las naciones que concurrieron al
Istmo.
¿Por qué, pues,
fueron también invitados Inglaterra y los Estados Unidos? Algunos escritores
atribuyen estas dos invitaciones, al carácter arbitrario de Santander, quien
solía alardear de independencia, al punto de obrar, a las veces, en desacuerdo
con las instrucciones del Libertador. Cierto que la invitación al rey de Inglaterra,
se debió al citado general; y Bolívar, en su carta al ministro Revenga,
desaprobó el hecho en estos términos: “Por ahora nos parece que nos dará gran
importancia y mucha respetabilidad la alianza con la Gran Bretaña… Pero estas
ventajas no disipan los temores de que esta poderosa Nación sea en lo futuro
soberana de los consejos y decisiones de la Asamblea; que su voz sea la más
penetrante, y sus intereses sean el alma de la Confederación, que no se
atreverá a disgustarla, por no echarse encima un enemigo irresistible. Este es,
en mi concepto, el mayor peligro que haya en mezclar a una nación tan fuerte
con otras tan débiles”. Felizmente, el ministro Canning, al aceptar la
invitación, limitó el carácter diplomático de su Enviado, a mero espectador, de lo que sucediese en
el Congreso de Panamá, advirtiéndole que no debía tomar parte alguna en las
discusiones de dicha Asamblea, ni salir en ningún caso de la neutralidad
inglesa. Y así lo comunicó dicho ministro, en 23 de enero de 1826, al
Plenipotenciario de Colombia, en Londres; de manera que los justos temores del
Libertador se disiparon, merced a la atinada política de Mr. Canning.
La invitación a los
Estados Unidos –que tanto contrarió a Bolívar– fue exigida por el general
Guadalupe Victoria, presidente de Méjico; y sirvió, indudablemente, para que se
revelara sin ambages ni medias sombras el espíritu yanqui.
En el Programa del
Congreso figuraban, entre otros, estos dos importantes proyectos: abolir la
esclavitud y transformar en universal la doctrina de no intervención, de suerte que ninguna nación pudiera inmiscuirse
en los negocios internos y privativos de otra. Estos proyectos desagradaron a
un país que explotaba el sudor de los esclavos; y que, por boca de Monroe,
había restringido la aplicación de aquella doctrina, sólo a las naciones
europeas, reservándose, in pectore,
intervenir en las repúblicas americanas, oprimirlas y despojarlas, como luego
ha sucedido. La previsión de Bolívar, en cuanto al principio de no
intervención, venía a demoler los cimientos de la artera y desleal política,
mediante la cual esperaba la república anglosajona ejercer la más omnímoda
hegemonía en nuestro hemisferio; y la invitación fue acremente combatida en el
parlamento. Pero, como no se tuvo por oportuno una repulsa franca, Buchanan
propuso que se hiciesen representar los Estados Unidos en el Congreso de
Panamá, con tal que los Plenipotenciarios se abstuvieran de toda alianza, sea
ofensiva o defensiva, con las repúblicas hispanoamericanas. La Asamblea del
Istmo contaba con otros dos espectadores, con carácter diplomático; y aun esta
irrisoria moción fue aprobada con la insignificante mayoría de dos votos. Y
mientras tanto, la Comisión del Senado, encargada de estudiar este asunto,
adoptó por unanimidad la doctrina intervencionista,
como derecho indisputable de la República
modelo sobre sus hermanas menores, inhábiles
aún para regirse por si mismas. Y los dueños de esclavos, o especuladores
con la importación de ébano viviente,
pusieron el grito en las nubes contra Bolívar y sus delirios. El mismo Clay
fingió dar crédito a las calumnias de que era víctima por entonces el
Libertador, para disculpar la actitud de su gobierno. Adams, el probo Adams, se
envolvió en una política verdaderamente florentina; y de subterfugio en subterfugio,
no llegó a pronunciar una sola palabra decisiva en el asunto. Y los
Plenipotenciarios prolongaron estudiadamente su camino, hasta que Mr. Anderson
falleció en la costa atlántica de Colombia; Y Mr. Sergeant acertó a llegar
cuando ya estaban cerradas las puertas de la Asamblea.
He aquí cómo los
Estados Unidos combatieron el panamericanismo, si bien, jamás pensó Bolívar en
unión tan absurda. Posteriormente, y en vista de la unánime aversión al
imperialismo anglosajón, los hombres de Estado de ese país, se han mostrado
sumamente adictos a la unión que antes desecharon con tan ultrajante terquedad.
Persiguiendo esta ilusión, se han celebrado ya cinco Congresos Panamericanos,
sin éxito alguno favorable: por lo contrario, en el más importante de ellos, el
argentino Sáenz Peña, después de confutar elocuentemente la tesis yanqui, lanzó
la gran frase, la fórmula matadora de las pretensiones anglosajonas: América para la Humanidad.
Tal vez Blaine fue
sincero cuando dijo: “Destruyamos en este
hemisferio el aterrador espectro de la guerra y la discordia, y grabemos en
nuestros códigos estas sagradas palabras: Fraternidad, Paz, Justicia”. Pero
tan buenos propósitos han sido contradichos de seguida, con atentados
inauditos, execrables, conculcadores de toda moral y derecho. En un Congreso
Panamericano se condenó con solemnidad y unánimemente, el llamado derecho de conquista; la anexión de
territorios por medio de la violencia; la intervención en los negocios
domésticos de un país. Y no pasó mucho sin que la República dechado hollase tan sabias como justas
resoluciones, en pueblos indefensos, a los que había invitado –como por
sarcasmo– al Congreso que las expidió con mundial aplauso. ¿Cómo dar crédito a
las repetidas declaraciones de los pacifistas de aquella nación falaz y artera?
¿Cómo soñar en la unión con una potencia que no medita sino esclaviza a sus
hermanas? El Panamericanismo es imposible; y de ser hacedero, equivaldría al
suicidio de la raza latinoamericana.
II
Unirnos o perecer: el legado del Libertador[2]
Bolívar –lo
repetiré– previó la fatal intervención de los Estados Unidos en la vida de los
pueblos latinoamericanos; lo expresó con amargura, y no cesó de aconsejar la
unión de todas las jóvenes repúblicas, para que pudieran defender su
independencia. Cuando el Libertador se sintió herido de muerte por la
ingratitud de los hombres, más que por los males físicos; cuando abandonado y
proscrito, lo envolvía ya la penumbra del sepulcro, habló todavía a los pueblos
libertados por su brazo; y el postrer, el supremo consejo del Genio de América,
fue la unión, a fin de que fueran fuertes, libres y felices, las naciones que
le debían la vida. El estrechamiento de vínculos internacionales, la
solidaridad de intereses, el apoyo recíproco, la confraternidad y armonía de
los Estados iberoamericanos, fueron para Bolívar, la clave de su libertad e
independencia, la condición de su prosperidad y grandeza. La Circular a las Potencias
Americanas, de 7 de diciembre de 1824, revela toda la visión profética, toda la
sabiduría política, todo el vehemente anhelo por la perpetuidad de la autonomía
de cada república, y del imperio de la justicia, la libertad y el derecho, que
en el alma grandiosa del Libertador cabían. Por desgracia no fue comprendido:
el estrechísimo criterio de Rivadavia, por ejemplo, vio grandes peligros para
la autonomía de las regiones del Plata, en la reunión del Congreso
internacional de Panamá; por lo cual se negó a cooperar a ese acto de alta y
trascendental política, y aun trabajó por su fracaso. Si O’ Higgins y Freire
miraron tan noble proyecto con simpatía, Chile, cuando llegó el momento, se
abstuvo de nombrar sus Plenipotenciarios, so pretexto de que correspondía al
Congreso resolver ese grave negocio. El Brasil se manifestó partidario de esa
como liga anfictiónica, pero tampoco designó sus Delegados. Sólo Méjico,
Centroamérica, el Perú y la
Gran Colombia, concurrieron a la magna cita; y sentaron los
preliminares de un consorcio internacional que había de ser la más sólida
garantía de las naciones de nuestra raza.
Se ha celebrado el
Centenario del Congreso de Panamá; y, cuando se esperaba que la Asamblea
latinoamericana, diera siquiera un paso adelante, en la senda trazada por
Bolívar, vimos con pesar que, salvos el carácter y altivez de dos o tres
Delegados, el Congreso se inclinó a la voluntad de los Estados Unidos…
Pero aun no es
tarde: es urgente salvarnos; y la salvación está en mancomunar nuestra suerte,
en unirnos sinceramente con el fin de prestarnos mutua ayuda, para una defensa
eficaz y justa contra el imperialismo que nos amenaza. Tomen la iniciativa los
más fuertes: el Brasil y la Argentina, Méjico y Chile; y todos los demás
pueblos hispanoamericanos concurrirán solícitos a sentar las bases de un
acuerdo solemne que afiance la paz y la concordia en el Continente, por medio
del respeto a la soberanía de todos y cada uno de los Estados que lo componen.
Unirse o perecer, es el fatal dilema; porque el Coloso nos aplastará uno a uno,
ante los restantes, amedrentados con el desastre de las primeras víctimas.
* * *
Epílogo: Evitar la fatalidad que en nuestros días se
cierne en otras latitudes[3]
El águila del Norte
revuela sin cesar en torno de las víctimas que ansía, y sus poderosas alas
proyectan ya una sombra funesta sobre casi todas las naciones del Continente;
sombra semejante a nubarrones tempestuosos, que llevan en su seno el desastre,
la esclavitud y la muerte. Esa potencia que, como lo presintió Bolívar, ha
colocado la fatalidad en el nuevo mundo, amenaza a la América española, viéndola
dividida en Estados rivales, sin cohesión ni vínculos que los solidaricen, cada
cual entregado a su propia suerte; y la terrible garra se ha ensañado en
pueblos pequeños, débiles, inermes, abandonados por sus hermanos, sin ningún
auxilio en su desventura. La empresa ha sido fácil, el éxito completo; y
mañana, cuando domine nuestros mares, atacará a las repúblicas mayores,
anhelando subyugar totalmente a la valerosa y noble, pero imprevisora raza
latina. ¿No véis al Ave voraz, como se cierne, amenazadora y siniestra, sobre
sus futuras presas?
[1] Capítulo VI de La Esclavitud de la América Latina, en
José Peralta, La Esclavitud de la América Latina y otros escritos
antiimperialistas, Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana,
Quito, 2015, pp. 59-63.
[3] Tomado del artículo “Acción Comunal”, Panamá, 26 de julio de 1927, publicado por José Peralta en el periódico del
mismo nombre, en José Peralta, La Esclavitud de la América Latina y
otros escritos antiimperialistas, Ministerio de Relaciones Exteriores y
Movilidad Humana, Quito, 2015, p. 139.